EL DESORDEN DIGITAL: GUÍA PARA HISTORIADORES Y HUMANISTAS, DE ANACLET PONS

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El desorden digital: guía para historiadores y humanistas, de Anaclet Pons

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Algunas pinceladas sobre Anaclet Pons

Anaclet Pons es profesor del Departamento de Historia Contemporánea de al Universitat de València. Se ha dedicado a áreas diversas, pero sobre todo ha trabajado en la historia social y cultural y en la historiografía, a menudo con su colega, Justo Serna. Amén de otros textos, ambos han publicado diversos libros sobre estos asuntos, desde La ciudad extensa (1992) hasta La historia cultural. Autores, obras, lugares (Akal, 2013 2ed.). En este mismo campo de la historiografía, Anaclet Pons es autor de El desorden digital. Guía para historiadores y humanistas (Siglo XXI, 2013). Asimismo, ha realizado una amplia labor de difusión editorial, con diversas traducciones y ediciones en su haber, y se ha preocupado por el impacto de las nuevas tecnologías en la disciplina histórica.

Fuente: http://clionauta.hypotheses.org/acerca-de (Blog del autor)

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HACIA EL TEXTO DIGITAL: ¿VÍDEO KILLED THE RADIO STAR?

*Una reseña de Antonio Adsuar 

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Casi siempre que comienzo una reseña del libro del mes, no sé por qué, siento que es necesario explicar de nuevo esta extraña amalgama de públicos y temáticas que tratamos de entreverar en librosensayo.com: editores, profesionales de internet, periodistas, sociólogos…¿y ahora también historiadores?. Vaya caos. O quizás, me gustaría pensar, no tanto. El libro que vamos a visitar durante este diciembre «El desorden digital: guía para historiadores y humanistas» contribuye, como los anteriores libros del mes, a avanzar en la comprensión del tema que vertebra esta web: el futuro del libro, la escritura y la textualidad en la era de internet.

Además se da la circunstancia de que soy licenciado en historia, especializado en contemporánea, como Anaclet Pons, el autor de nuestro escrito. Por tanto, al leer este título no he podido dejar de ver guiños a la corporación de historiadores, referencias con agradables aires de familia. La relación de aquellos que tratan de dedicarse a narrar el pasado con los documentos, los archivos y los libros impresos es, como veremos, intensa y particular. Quizás nadie mejor que un historiador para comprender el calado del cambio que traen las nuevas textualidades. Pónganse la escafandra, nos sumergimos en un futuro muy presente.

1.Mundo-red y el futuro del conocimiento: utopías digitales y lucha por el sentido.

En la introducción de uno de los capítulos, citando a Michel Melot, nos da Anaclet Pons una de las claves que sirven para explicar su punto de vista, cuando recoge un referencia de este historiador francés a la cultura japonesa. Mientras que en occidente la forma «libro» ha sido sacralizada a causa de su historia (recordemos que la biblia, objeto totémico donde los haya, es un libro, “el libro” precisamente) los orientales la vivían como una forma de pensamiento que tenían que sufrir.

La ventaja de encontrarse en una época de cambio tan profunda como la actual es que podemos observar la radical fragilidad y contingencia de las cosas. Y el libro-objeto-impreso no es una excepción. Para los historiadores, acostumbrados a saltar de cultura en cultura y de siglo en siglo, no es tan difícil como para los demás percatarse de la relatividad de los dispositivos y soluciones culturales que sirven para condensar la información.

Partiendo de esta premisa y liberándonos de las ataduras cegadoras de la tradición, podremos comparar mejor las ventajas e inconvenientes de las viejas y nuevas textualidades. Todos los textos tienen formas y están atravesados por tecnologías y soportes que los condicionan radicalmente y que repercuten de manera fundamental en sus significados. Pons cita aquí un escrito de Roger Chartier que ya analizamos en nuestro blog “Ecos de Sumer”, titulado precisamente «¿Qué es un texto?».

¿Cómo es, por tanto, el libro-objeto-impreso?, ¿cuáles son sus características? Es, ante todo, fijo. Favorece la lectura lineal, ordenada. Al leerlo seguimos un camino trazado por el autor del que difícilmente nos podemos desviar. Éste puede controlar en gran medida el mensaje y su impronta es inequívoca. Estamos ante una textualidad fuerte que nos aporta un contexto de lectura que nos lleva a la perseverancia, que nos cobija frente a las distracciones, que nos anima a la continuidad, línea a línea, párrafo a párrafo, premiando el esfuerzo, la concentración. ¿Dónde encontramos además estos objetos-dispositivo, estas materializaciones-soporte, estos suplementos de memoria que albergan indefectiblemente un contenido unitario, cerrado y bien diferenciado?. Pues normalmente en librerías o bibliotecas, organizados, alrededor de vecinos similares que guardan relación con ellos y refuerzan su significado y jerarquía.

Y los texto digitales, los nuevos hermanos del “gutembergiano” libro-códice, ¿cómo son?. Frente al carácter fijo de libro impreso, el libro digital parece haber escapado de la cárcel. Saltarín y diáfano, se muestra móvil, inestable, blando, amorfo, ilimitado, ubicuo, interactivo y deslocalizado. ¿Qué nacionalidad tiene un texto nacido digital?, se pregunta con acierto el historiador Anaclet Pons, consciente de la importancia de perder un contexto tan relevante como este, que nos permitía saber muchas cosas del documento a analizar antes incluso de soplar su polvo.

El libro digital, el documento digital, está realmente hecho de bitios. No es un documento sino más bien la representación de un documento. Incluso cabría decir, afirma casi literalmente Pons, que nos encontramos ante algo que es más un archivo-proceso que un archivo-producto. Estamos ante un “objeto de la red” cuyas condiciones de creación, acceso, transformación y eliminación son muy distintas de las de su hermano, el libro de papel.

A toda esta nueva vida «líquida» del documento (como sabéis me cuesta escribir hasta la lista de la compra sin pensar en Bauman) hemos de añadir la potencialidad astral y caótica de su entorno natural: internet. Los escritos digitales no dejan de formar parte de una base de datos inmensa. Lo que antaño conocíamos por libros puede ser conceptuado como un conjunto de metadatos sobre otros contenidos. Esta nueva palabra, que aparece por doquier, ya nos muestra como la noción de libro se debilita y se viste con nuevos ropajes. Frente a aquella biblioteca, librería o archivo que hacían predecibles y coherentes los entes culturales anexos a nuestro texto impreso, nos encontramos ahora envueltos en un ecosistema incierto e infinito. Este mismo texto que lee ahora es un texto digital, más bien un hipertexto que contiene enlaces, vídeos, audios y está inserto en una web que está a un clic de casi cualquier cosa que podamos encontrar en internet. Un solo movimiento de dedo te llevará al apartado «comunidad», a tu correo, a tuiter y a mil lugares más.

La lectura se entrecorta, las posibilidades se multiplican. La página, uno de los pilares culturales de occidente, se desvanece y eso son palabras mayores. En lugar de narración tenemos navegación. Esto lo cambia todo.Llegamos a este punto, nos dice Pons, cabría llegar al extremo de preguntarse si la propia categoría “libro” tiene sentido en este cosmos inmaterial. ¿Será el libro en el futuro nuestra más importante fuente de lectura?, ¿es el libro impreso el paraíso perdido que se extravió para siempre en el bosque digital?

Nuestro autor, frente a otros estudiosos como Nicolas Carr y su ya clásico “Superficiales: ¿qué está haciendo internet con nuestras mentes?”, considera que no nos vemos irremisiblemente abocados a una sociedad de la interrupción, la distracción y la trivialidad. Internet restablece a la lectura y la escritura en su lugar central de nuestra cultura pero lo hace de forma muy diferente y por tanto es normal que estemos desorientados.

Tras esta idea llega la que, a mi modo de ver, es la aseveración clave, la aportación fundamental de Pons: la red, con todas las nuevas posibilidades que nos brinda y la avalancha de información que nos proporciona no ofrece sin embargo aquello que más necesita el ser humano: el significado. Las máquinas con sus conexiones y algoritmos no nos revelarán el sentido de las cosas. Frente a utopías neo-positivas y cientifistas, que nos retrotraen Metrópolis de Fritz Lang, frente a la idea de que los datos masivos, sobre los que ya debatimos intensamente en esta web, van a traer orden, paz y sentido a nuestras vidas, nos encontramos con el modesto papel del historiador, del humanista, que aún es imprescindible para hacer las preguntas adecuadas y luchar por hallar una respuesta precaria que ilumine nuestro camino. Es el historiador un hombre y por tanto asume la tarea de explicar lo equívoco, lo irracional y por ayudarnos en el esfuerzo por comprender.

Finaliza Anaclet Pons este argumento recordándonos que, aunque desconoce el futuro, es pasado nunca de pasar y debemos reescribirlo continuamente, en un esfuerzo tan imperfecto como humano por iluminar y guiar modestamente la vida de los hombres.

El lector sublevado: nuevos roles para autores e historiadores

Abordadas ya las tesis fundamentales: ¿cómo afectan estas mutaciones al trabajo real del historiador?, ¿qué recetas nos aporta este libro que se quiere a sí mismo “guía”?. El historiador, el humanista, ha de repensar radicalmente su rol de autor. En un mundo instantáneo, hiperconectado, pierde el control de su texto. Ha de asumir esta “autoría blanda” y aceptar que el texto digital se mueve en el mundo de una “nueva o segunda oralidad”, como nos decía José Manuel Lucía (citado por Pons) en su excelente “Elogio del texto digital”, es imperativo.

El historiador basa su prestigio académico en las citas. Basarse en el documento es crucial para hacer historia. Pero al tiempo, al revelar necesariamente aquellas citas “muertas” a pie de página, que, de sopetón, son accesibles a cualquiera en un clic en el ecosistema red, el historiador ha de “desnudarse” en cierta forma y mostrar de manera más evidente la tensión entre su narración, su reconstrucción subjetiva de los hechos, y los documentos primarios.

También ha de aceptar que el lector, en el hipertexto, gana control sobre los procesos y caminos de lectura. La senda trillada se bifurca, no pueden leer de muchas más formas. El lector ya no se conforma con la anotación marginal, con mí querido lápiz: rehace el texto, lo borra, lo envía, lo mezcla, lo lee en paralelo…

Pons finaliza con una propuesta firme a su gremio, con una llamada activa de atención: la historia interesa al público y mucho pero los historiadores no ha sido los que mejor la han sabido transmitir. Sería una error para la corporación atrincherarse en el prestigio de la monografía, en la linealidad del discurso controlado y dejar los nuevos horizontes digitales a otros narradores, menos científicos y rigurosos, menos acostumbrados a dotar de sentido a la historia, mediante un enfoque constructivo y de utilidad pública. El historiador, en definitiva, ha sido demasiado individualistas y conservador y debe salir de la cueva y jugar su papel en la segura democratización de las ciencias sociales, que sin duda va a venir de la mano de los nuevos textos e hipertextos que van a servir para contar las historias del futuro. Sin duda el esfuerzo, aunque realizado en un entorno incierto, valdrá la pena.

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