OTRAS LECTURAS ANTE LOS MISMOS DESAFÍOS

*Un artículo de Laura Martínez Ajona El objeto de este artículo es observar cómo se encaran los desafíos de la edición en general y de la edición digital en …

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*Un artículo de Laura Martínez Ajona

El objeto de este artículo es observar cómo se encaran los desafíos de la edición en general y de la edición digital en particular desde un país muy diferente a aquellos en los que nos reflejamos a menudo: Japón.

Teniendo como punto de partida el hecho de que, en líneas generales, el mercado editorial japonés se asemeja bastante al europeo e incluso al español, en tanto en cuanto gran parte del mercado se centra en grandes editoriales, que aun así, existe un gran número de editoriales medianas y pequeñas cuyas cifras no aparecen reflejadas, que persiste un sistema de libros en consigna por el cual los libreros pueden retornar los libros no vendidos, que gran número de editoriales de tamaño medio además de vender libros, venden revistas, que las distribuidoras poseen un papel más que relevante, y que además, el mercado cuenta con un precio fijo, resulta que en Japón, donde se está viviendo un descenso de ventas anuales de publicaciones, se aprecia un aumento del número de títulos publicados con la finalidad de conservar así sus ventas.

Ante este escenario es curioso observar que, según International Press Digital, casi al 80 % de los japoneses le gustaría tener cerca una librería, máxime cuando el número de estas se ha visto reducido en un 33 % en los últimos catorce años, sobre todo en poblaciones de tamaños medio y pequeño. La respuesta a esta situación viene de la mano de iniciativas particulares, escuelas y las mismas poblaciones, que buscan la creación y gestión de espacios de intercambio, en ocasiones sorprendentes. Y es que en el país nipón se entiende la importancia de la lectura que, a diferencia de lo que sucede aquí, su estimulación y la prescripción de contenidos no se considera función de los profesores, sino de los bibliotecarios, figuras cruciales para la educación en la lectura de los niños.

Por otra parte, el dato revelado por International Press Digital me lleva directamente a recordar el distrito de Kanda Jimbocho, en Tokio, repleto de viejas librerías de segunda mano, curioso donde los haya y en el que cualquiera desearía perderse.

Pero retomando el tema de la edición en Japón, Lecturalab ya comentaba la iniciativa japonesa de la venta de ebooks en librerías para familiarizar al público con este tipo de compra en un lugar físico, prevista para la primavera pasada, proyecto que aquí se ha visto materializado directamente a través de la creación del producto de Digital Tangible y del que ya se habló en otro post. El caso es que, sin tener los resultados de dicho ensayo, The Japan Times apunta que el país que una vez fuera líder en el mercado de ebooks, ahora se encuentra en la tesitura de que hay sobreabundancia de vendedores de libros electrónicos pero sin apenas orden y coherencia como producto de consumo, porque muchas plataformas acaban cerrando, dejando en una situación de perplejidad y desconcierto a los lectores que acaban dudando sobre si los soportes y los propios libros electrónicos tendrán la misma durabilidad que el formato en papel. Y es que en el caso en que los editores en formato electrónico cierran sus plataformas a menudo los lectores se quedan permanentemente sin sus libros o, en otras ocasiones, los pierden al cambiar de dispositivo, ya que no se pueden volver a descargar, al haber cerrado la plataforma, e incluso se dio el caso de que algunas editoriales incluso crearon una cláusula que indicaba que a los cinco años de haberse realizado la compra del libro electrónico, vencía la descarga y así, si uno precisamente cambiaba de dispositivo entonces, debía volver a comprar el libro. Afortunadamente esta cláusula acabó eliminándose, no obstante, la problemática y la incertidumbre son tales que muchos lectores han optado por dos vías: una es emplear plataformas de empresas internacionales como Amazon o Rakuten Kobo – ese a las reticencias propias de la idiosincrasia nipona–, o bien el uso de un servicio jisui profesional, que no es sino la creación “casera” de libros electrónicos a partir de su homólogo en papel, cortándolo y escaneándolo y así asegurándose el comprador, que dispondrá del libro el tiempo que lo desee. Obviamente, esta no es la salida óptima para autores, editores ni para la industria cultural en general, pero sí es una manera clara y contundente de plasmar la magnitud del problema de una edición digital aún por madurar.

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