A PROPÓSITO DE SOCIOFOBIA

  *Un artículo de José Luís Martínez-Llopis, autor del blog «Fent ciutat» “De hecho, si la ideología internetcentrista ha tenido tan rápido desarrollo es porque engrana con una …

 

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*Un artículo de José Luís Martínez-Llopis, autor del blog «Fent ciutat»

“De hecho, si la ideología internetcentrista ha tenido tan rápido desarrollo es porque engrana con una dinámica social precedente. El fundamento de la postpolítica es el consumismo, la imbricación profunda de nuestra comprensión de la realidad y la mercantilización generalizada.”

Esta cita de la página 176 recoge, en mi opinión, el núcleo central de Sociópolis, el libro de César Rendueles. Cualquier reflexión audaz sobre nuestro presente y sobre nuestro futuro debe partir de esta constatación y extraer de ella todas sus consecuencias. Internet, los datos masivos y la globalización digital sólo son una vuelta de tuerca más, un nuevo escenario para la guerra de siempre. Mientras no seamos capaces de encontrar una articulación económica y social compatible con una vida política, en el sentido más noble y elevado de la expresión, no podremos aspirar a otra soberanía ni a otra libertad que no sea la del consumidor. Y, a su vez, sólo si empezamos a actuar políticamente tendremos alguna posibilidad de constituir un orden económico y social emancipador, es decir, un orden en el que la cobertura universal de las necesidades no esté divorciada de la posibilidad real de expandir las propias capacidades.

En nuestra sociedad, el consumismo se ha convertido en un pecadillo que todos admitimos cometer, si bien con un poco de vergüenza y cierto arrepentimiento; una debilidad sobre la que nos permitimos bromear. Todos conocemos en qué consiste el fenómeno sociológico del consumismo e, incluso, alcanzamos a intuir sus consecuencias psicológicas y ecológicas, pero tenemos dificultades para captar sus consecuencias políticas. Pienso que la reflexión y sensibilización sobre las catastróficas consecuencias políticas de la sociedad de mercado y de consumo es crucial para comprender nuestra situación y para promover iniciativas dirigidas a romper con la dinámica social vigente. El libro de Rendueles tiene la virtud de exponer con claridad lo que significa vivir en una sociedad de mercado y de consumo.

Como digo, la aportación crucial de Rendueles es esta: una sociedad de consumo es una sociedad sin capacidad política. Ahora bien, ¿en qué consiste la acción política?; ¿cuál es el sentido de la política? En este punto también coincido plenamente con el planteamiento del autor, que vincula la vida y la iniciativa política a una condición humana esencial: la dependencia mutua: la necesidad de “cuidar los unos de los otros” constituye uno de los fundamentos que dan sentido a nuestra vida en común (p. 36). En palabras del propio Rendueles:

“Tanto la capacidad como la discapacidad están siempre presentes en nuestras vidas. Nuestra posibilidad de realización tanto individual como conjunta es indisociable del modo en que nos ayudamos mutuamente. Si no consideramos nuestra naturaleza dependiente como un asunto político, no tendremos motivos para plantearnos políticamente el modo en que deberíamos depender los unos de los otros porque la respuesta estará dada de antemano: de ningún modo, al menos idealmente.” (p. 145).

La reivindicación de l@ polític@ es un tópico de nuestros días, un signo de la ruina social y ecológica que nos ha tocado vivir. Sin embargo, l@ polític@ se puede entender de muchas maneras. Hay quien la reduce a su dimensión institucional, es decir, que concibe la repolitización en términos de relegitimar la representación política y reforzar la participación ciudadana. Tal programa no permitiría romper con la inercia de la sociedad despolitizada. No es el caso de Rendueles, que mantiene una concepción sustantiva de l@ polític@ basada en consideraciones antropológicas. En mi opinión, nuestra situación requiere una refundación, es decir, vencer la inercia que, paradójicamente, nos arrastra cuando quisiéramos estar quietos y nos inmoviliza cuando quisiéramos movernos, y empezar a actuar. Claro que la expresión “refundación” también puede significar cosas diferentes según el contexto y las intenciones de quien la enuncia. Los promotores de los procesos constituyentes más ambiciosos la utilizan para referirse a la reforma del aparato institucional del estado. Pero la refundación necesaria en nuestra situación va mucho más allá de una operación de ingeniería constitucional. Una reforma constitucional o un cambio total de constitución puede tropezar con obstáculos legales o políticos –como ocurre en nuestro país- pero no deja de ser una pretensión muy limitada al tiempo que perfectamente viable, una vez removidos dichos obstáculos. En cambio, una refundación de la política, que reinicie nuestra forma de estar juntos y de cuidar mutuamente los unos de los otros, entra de lleno en el terreno de lo improbable. Refundar no es reformar institucionalmente las comunidades que ya conocemos sino fundar nuevas comunidades. Tal fundación ex novo deberá apoyarse –partir, comenzar- sobre ciertas condiciones antropológicas: la dependencia mutua, la pluralidad y facultad del habla. Aquí “refundar” es equivalente estricto de “actuar políticamente”. Sobre el carácter improbable y milagroso de “lo nuevo”, resulta iluminadora la siguiente cita de Arendt:

“Actuar, en su sentido más general, significa tomar una iniciativa, comenzar (como indica la palabra griega archein, «comenzar», «conducir» y, finalmente, «gobernar»), poner algo en movimiento (que es el significado original del agere latino).

(…)

Lo nuevo siempre se da en oposición a las abrumadoras desigualdades de las leyes estadísticas y de su probabilidad, que para todos los fines prácticos y cotidianos son certeza; por lo tanto, lo nuevo siempre aparece en forma de milagro. El hecho de que el hombre sea capaz de acción significa que cabe esperarse de él lo inesperado, que es capaz de realizar lo que es infinitamente improbable.”

 

La condición humana, p. 201-2

Así pues, sin pretender contradecir a Aristóteles, la política debería definirse como “el arte de lo improbable y de lo inesperado”, sobre todo en tiempos de crisis. Pero ¿cómo romper con la inercia, con lo probable y lo esperable? Pienso que hay varias claves para enfrentarse eficazmente a la inercia, y Rendueles se refiere a ellas. En primer lugar, es imprescindible comprender que la dependencia no es una excepción sino nuestro modo de estar en el mundo. Por tanto, nuestra vida en común no debe organizarse desde el presupuesto abstracto de que el Hombre vive, es, puede, habla, hace sino desde la constatación de que los hombres y las mujeres vivimos, hacemos, hablamos en común y en plural porque somos  mutuamente dependientes. La política consiste en organizar esa mutua dependencia de la que no podemos escapar.

En segundo lugar, refundar, comenzar de nuevo, exige repristinar y depurar el lenguaje o, mejor dicho, el modo en que actualizamos esa facultad común a todos los seres humanos. Estoy de acuerdo con Rendueles en que “el fundamento de la postpolítica es el consumismo” pero existe otro rasgo fundamental de la sociedad capitalista de mercado que obstaculiza la acción política: la progresiva degradación del lenguaje y de nuestra capacidad para pensar y hablar. Como diría el Lord Chandos de Hofmannsthal: “he perdido por completo la capacidad de pensar o hablar sobre algo de manera coherente”. La confesión de Lord Chandos no es meramente personal sino que describe un estado de cosas, el derrumbe de un orden que, desde mi perspectiva, se explica, en parte, como consecuencia del uso del lenguaje como arma de destrucción masiva. Cuando el habla deja de servir para revelar y descubrir realidades, para unir y para empoderar porque se utiliza para ocultar, para engañar y autoengañarse y para someter, entonces la capacidad de la que depende tiende a atrofiarse. De modo que el primer ejercicio político debe ser un ejercicio de rehabilitación y restauración del lenguaje como facultad humana básica. Dicho de otro modo: habrá que empezar a llamar a las cosas por su nombre.

¿Qué riesgos plantea la Red en una sociedad de mercado y de consumo? En mi opinión, el proceso de integración planetaria que facilita y acelera la Red prefigura, de algún modo, la situación evocada en el relato bíblico de la Torre de Babel. Este proceso, que conduce en el límite a la emergencia de un lenguaje universal en un entorno global –a costa de la salvaguarda que representa la diversidad lingüística y cultural- conduce inevitablemente a un estado de idiocia irreversible. Desde luego, no son la Red ni las TIC las que eventualmente tienden a aniquilar la diversidad sino que éstas operan como aceleradores de procesos y dinámicas propias de la sociedad moderna. La crítica de Rendueles al ciberfetichismo debe entenderse en este sentido. La ideología internetcentrista de Silicon Valley se basa en un espejismo o en una caso patente de ceguera voluntaria al pretender que “las relaciones entre los artefactos no sólo estarían sentando las bases materiales para una reorganización social más justa y próspera sino produciendo de hecho esas transformaciones” (p. 45). Las dinámicas propias de la sociedad de mercado y de consumo tienden a un tipo de integración que aplana, uniformiza y hace prescindible la diversidad lingüística y cultural. Quizá se pueda afirmar que como especie sufrimos un proceso de entropía social y cultural que, a partir de cierto punto, podría ser irreversible, lo que equivaldría a la extinción de la Humanidad tal como la concebimos. Más allá de la plausibilidad de los escenarios apocalípticos, no cabe duda de que la eficacia de nuestras facultades psicolingüísticas depende de que seamos capaces de preservar la diversidad y la pluralidad lingüística y cultural. Pues bien, la fundación y refundación de nuevas comunidades particulares es, a la vez, el mejor antídoto contra la integración universal a que nos aboca la economía del mercado global y la mejor forma garantizar la diversidad lingüística y cultural.

 

La sociedad digital, la sociedad en red, la sociedad del conocimiento son formas de designar una sociedad capitalista de mercado caracterizada por el desarrollo de tecnologías de la información y de la comunicación muy potentes. Interesarse específicamente por nuestro porvenir tecnológico equivale a convalidar la economía capitalista de mercado. Dicho de otro modo: no tiene sentido pretender gobernar la evolución de la fachada tecnológica de nuestra sociedad sin intervenir sobre el edificio económico y social que la sustenta y le da forma porque no es la tecnología la que determina el desarrollo social sino, en mayor medida, a la inversa. Cuando nos preguntamos por los efectos que tendrán determinadas tecnologías sobre nuestras vidas estamos enunciando implícitamente una profecía autocumplida: los conceptos de agencia, de autodeterminación, de soberanía quedan reducidos a mitos del pasado. En efecto, debemos asumir que nuestro destino –económico, ecológico, tecnológico…- cada día dependerá menos de nuestra acción, en tanto en cuanto el “molino satánico” siga en pie y girando. El sistema de mercado se alimenta de un tipo particular de integración social y funcional. Probablemente tiene razón Mumford cuando dice que la primera utopía fue la ciudad, lo que equivaldría a admitir que la política es una utopía. En cualquier caso, el único modo de obstaculizar la expansión indefinida del sistema social vigente es perseguir esa utopía milenaria. Actuar políticamente, constituyendo  nuevas comunidades, pequeñas, como todo lo que comienza, instaurando nuevas formas de vida que quiebren las dinámicas que nos arrastran y que anulan nuestra capacidad de pensar, de hablar, de entendernos, de unirnos y de comprometernos. La política se manifiesta en su forma más radical en la redefinición del “nosotros”. Esa es la única alternativa para quien no se conforme con medrar. Es improbable que alcancemos lo que perseguimos pero ¿tenemos otra opción?

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