Debate sobre los agentes literarios: post de nuestro blog y respuesta de Agente Guillermo Schalvezon

Reproducimos aquí un post que publicamos recientemente en nuestro blog Ecos de Sumer que titulábamos “A player in the middle, el ascenso de los agentes literarios” y una muy interesante réplica de Guillermo Schalvezon, agente con más de 40 años de experiencia en el sector. Agradecemos desde estas líneas a Guillermo su contribución y precisiones que nos sirven para comprender mejor el rol de estos profesionales del mundo de libro.

A PLAYER IN THE MIDDLE: EL ASCENSO DE LOS AGENTES LITERARIOS

Por Antonio Adsuar

Hay algunos temas que por los motivos que sea no se encuentran suficientemente presentes en los blogs y puntos de reflexión sobre el sector editorial. Desde que comencé a interesarme por el mundo del libro me he dado cuenta de que el lugar central de este cosmos la ocupa el editor, figura quasi totémica Su rol preponderante está siendo cuestionado con gran fuerza a causa de la consolidación del paradigma digital. Estas mutaciones, que yo considero positivas e inevitables, nos van a permitir percibir con más claridad los papeles de otros actores de la cadena de valor del libro. Hoy me quiero ocupar de uno de los más desconocidos: el agente.

Para radiografiar esta figura me voy a servir de las ideas de dos textos: uno es el ya ultra-citado en Sumer “merchants of culture” de John B. Thompson y otro es un libro que leí el verano pasado; se trata de “Confesiones de una editora poco mentirosa”, de Esther Tusquets impulsora de Lumen. Las reflexiones que recogeremos de esta última entorno a la figura del representante de autores están centradas en “la agente” por antonomasia en el mundo hispanohablante: Carmen Balcells. Iniciemos pues el viaje que nos permitirá conocer mejor a estos actores semi-desconocidos.

La aparición de los agentes viene ligada, según Thompson, a la consolidación del libro como un objeto de consumo de masas, que se da sobre todo a partir de la creación del “mall store” en los Estados Unidos de los sesenta, como ya analizamos en una entrada anterior aquí en Sumer. El incremento de la venta de unidades lleva el libro a las manos del gran público y los textos entran en dinámicas de promoción de mercado propias de la industria del cine. Básicamente estamos hablando de la necesidad de generar “best-sellers”, libros de gran éxito muy similares a los llamados “blockbusters”, esas películas súpertaquilleras que nadie puede resistir ver.

La consolidación del best-seller viene de la mano de otro factor que también proviene de la esfera hollywodiana: el “star system”. Desde sus inicios la industria cinematográfica americana había aprendido a “generar” actores estrella, que devenían  el verdadero argumento central de márketing para asegurar las ganancias en un arriesgado mercado basado en macro-producciones que constaban muchos millones y necesitaban de grandes éxitos en taquillas para ser rentables. Aparece por tanto el autor estrella y la operación comercial que Manuel Gil ha denominado con acierto como “el zafonazo”.

Wylie, el chacal, con cara de duro negociador

Es en este contexto cuando, en el Nueva York de los setenta, centro por antonomasia del “mainstream publishing”, surgen los agentes. Dos figuras destacan en este ámbito anglosajón:  M.L. Janklow y Andrew Wylie, conocido como “el chacal” por su fiereza negociadora. Janklow, proveniente del mundo de la abogacía, pasó a ser agente por casualidad, representando a una amiga que tenía problemas con sus editores. Su “modus operandi” creó escuela y cambió el mundo del libro. Veamos como.

a) “I’ll break this system”: la ley de acero del anticipo

radicionalmente el editor había tenido mucho poder frente al autor. Expresándolo en modo marxista, la casa de ediciones tenía el control de los “medios de producción”  y el escritor estaba en franca desventaja(esto daba lugar a relaciones tensas y enfermizas como la del editor Lindon y el escrito Echenoz, recogida en un libro de Trama editores). Pero Janklow y Wyler idearon una fórmula para romper esta jerarquía.

Balcells con Gabriel García Márquez

Las tres claves de la estrategia, según nos dice Thompson, fueron

1.Conseguir una masa crítica de autores ya famosos y con ventas considerables.

2.Centrarse absolutamente en la negociación sobre los derechos de publicación y otros derivados o secundarios(por ejemplo el derecho de convertir la obra en una producción audiovisual o el derecho de publicar el libro en otros países o lenguas). Éstos se trocean al máximo y se venden mediante subasta en el mercado internacional.

3.Máxima agresividad en la negociación y fomento total de la competencia entre editores para contratar el libro.

4.El anticipo: esta es la verdadera clave que toma cuerpo gracias a la situación generada por las actuaciones descritas en los puntos anteriores. En un mercado de alto riesgo, de prototipos(cada libro es diferente y nunca se sabe realmente como rendirá)un autor conocido, el Dan Brown de turno, sirve para minimizar el riesgo y alcanzar(eventualmente y si la jugada sale bien)un alta rentabilidad. Además, y este aspecto es muy relevante, si se obliga al editor a pagar un alto anticipo éste se verá forzado a invertir mucho “marketing money” en el libro, a darle máxima prioridad en la distribución y  gran visibilidad en los puntos de venta. Es la pescadilla que se muerde la cola, el círculo virtuoso que permite la generación de best-sellers seriados. Por este motivo el best-seller tiende tanto a la trilogía o la secuela. Wylie decía de este “efecto anticipo”: “it’s an iron law”.

Estamos por lo tanto ante una edición de tipo “rápida”, espectacularizada, plenamente inserta en la cultura del “hit” de la sociedad de masas que ancla sus raíces en el cine, como dijimos. Esta forma de editar necesita de unos flujos de caja que favorecen la creación de grandes grupos y la concentración editorial, eliminando a las casas medianas y polarizando la edición, como ya analizamos en un post anterior.

¿Cómo es la estructura empresarial que gestiona estos nuevos tipos de libro-producto?. Para comenzar estos grandes agentes suben su comisión hasta el 15%. El gran anticipo sirve para mantener despachos con profesionales dedicados a gestionar derechos y royalties de todo tipo a escala mundial. Las agencias, es evidente, acaban dependiendo de la producción y el éxito de un elenco muy reducido de autores estrella. Podemos concluir este subapartado con una frase de Thompson: “the traditional relations of power between author and publisher were gradually overturned”( p. 65).

b) Las nuevas tareas del agente.

De todo lo anterior podría desprenderse que el agente es un personaje negativo, que encarece el precio del libro y degrada el valor cultural de la industria editorial al canalizar las ventas hacia productos seriados o de masas. No creo que esta visión sea plenamente correcta, aunque es la que yo tenía antes de leer el libro de Thompson. Demos un vistazo a aspectos positivos que aportan los representantes a la cadena de valor.

1.Los agentes pasan a defender a los autores, que ganan posición de fuerza en relación a la situación anterior, que otorgaba demasiado poder al editor. El agente pasa a “gestionar el ego del autor”, a ayudarle y apoyarle en el proceso creativo. De esta forma permite que el libro llegue más madurado y perfeccionado a la editorial, que puede ahorrar tiempo en el proceso de selección de manuscritos valiosos, que se hacinan en la famosa y polvorienta “slush pile”(pila de basura sin valor) que toda editorial que se precie mantiene orgullosa sobre la mesa con la esperanza de encontrar en ella un día milagroso el libro que salve la temporada.

2.El agente conoce el mundo editorial y el mercado y ayuda al autor a introducirse en él. El representante se dedica a ir a las fiestas, comidas, encuentros y conocer a los editores, de forma que cuando tiene un autor y un libro sabe a que cual de ellos le puede interesar el escrito.

3.El agente concibe el libro como un producto y lo trata de ajustar al mercado: ayuda al autor a pensar en como posicionar el libro y a qué público dirigirse.

Naturalmente todas estas labores pueden ser consideradas como propias por el editor, que percibe al agente como un intrusista, alguien que además le está quitando el contacto directo con el autor y quizás la posibilidad de participar en los primeros estadios del “editing”, aspecto muy valorado por algunos profesionales. El agente también compite con el editor en “pensar proyectos de libro” que el mercado demanda a su juicio y que se le pueden ofrecer a determinados escritores.

c) Editores traicionados: Esther Tusquets y el “modelo Balcells”

Para comprender el punto de vista del editor es muy útil leer el mencionado libro de Esther Tusquets, que vivió en un mundo sin apenas agentes y vio emerger la potente figura de Carmen Balcells. Recojamos algunas de sus quejas para ilustrar el sentir del gremio. En las páginas 101 y siguientes, la editora catalana nos dice que el “modelo Balcells” provocaba que los autores firmaran contratos muy cortos con las editoriales. Éstos se paseaban por la sedes de los grandes grupos vendiéndose al mejor postor y pidiendo anticipos desorbitados. Los damnificados fueron las editoriales medianas y pequeñas y el catálogo editorial.

La vida de libro se hace más breve, ya no hay un proyecto común basado en la confianza entre autor y editor. Ya no publicas un novela más arriesgada del “autor de la casa”(que ya no es tal) que sabes que va a vender menos porque en cada libro tienes que ganar dinero. Algunos escritores ganan altas sumas, pero la mayoría ven su obra descatalogada por el cortoplacismo imperante. El libro de Tusquets, además, acaba contando la venta de Lumen a Random House en un tono nostálgico, marcado por la conciencia de que lo que se terminaba era una forma de editar.

Para nosotros llega también el momento de concluir. Siempre que comentamos el libro de Thompson advertimos es un magnífico y exhaustivo análisis pero que se centra en el “ecosistema de papel”. Sería interesante atisbar, tratar de comprender, cuales serán los cambios en el rol del agente que traerá el digital. ¿Pasarán a negociar con las grandes plataformas como Amazon la visibilidad de los títulos de sus representados?, ¿cuál será su relación con unos editores cada vez menos poderosos, más apartados del centro de la red de valor?, ¿qué papel pueden jugar en las nuevas comunidades de autores autopublicados?, ¿cómo afectará la aparición de la distribución mundial que trae el e-book a la gestión planetaria de derechos?. Son solo algunas cuestiones que se me ocurren a bote pronto y que planteo esperando que algunos lectores de este espacio puedan a responder. El tiempo, en todo caso, podrá a cada uno en su lugar y me da la impresión de que los agentes son un gremio dinámico, con capacidad de adaptación a los nuevos cosmos post-analógicos.

Acerca del post “El ascenso de los Agentes Literarios”

por Guillermo Schavelzon (agente)

 

Me alegra que se escriba sobre este tema. Decir que el rol de los agentes es algo desconocido suena extraño, solo suele serlo para quienes son lejanos al mundo de la edición. Me permito –pidiendo disculpas por la extensión-, dejar mis comentarios sobre el tema.

 

1 El rol tradicional del editor

Lo que ha modificado fundamentalmente el rol tradicional del editor, no es el paradigma digital, como aquí se dice. Es lo que comenzó hace unos 20 años en Estados Unidos y se trasladó rápidamente a todo el mundo: el proceso de concentración de la actividad editorial dentro de grandes grupos económicos, cuya actividad suele ser mucho más que la edición de libros (el primer grupo editorial francés también fabrica helicópteros de guerra y misiles), con accionistas que muchas veces no son personas sino fondos de inversión, que exigen una rentabilidad que en el sector editorial es difícil de obtener. Esta presión por la rentabilidad ha ido empujando a los editores (con algunas excepciones) a trabajar únicamente en función de la rentabilidad, que es lo que se les exige y por lo que se les paga, siendo su remuneración anual un variable de los resultados económicos logrados, no de los valores literarios descubiertos o de la originalidad o la buena crítica de los libros publicados. Esto que el mundo literario suena mal, en el mundo de los negocios resulta algo obvio, nadie entendería que pueda existir otro criterio de empresa.

Así ha ido variando el eje de la decisión de contratación (lo que se publica), y hemos visto reducirse los equipos editoriales en proporción inversa al crecimiento de los equipos comerciales y de marketing,  que es donde hoy se toman las decisiones editoriales. No existen más aquel famoso “comité editorial” de la Gallimard de antes, en que los comerciales no podían ni siquiera entrar a la reunión editorial. Llamar a esto paradigma digital no parece correcto.

 

2. El mundo de la edición en Estados Unidos

Aún siendo el primer mercado editorial mundial en volumen de negocio,  Estados Unidos no lo es todo. El libro de Thompson que se cita es muy interesante, pero su visión es absolutamente norteamericana, país donde el cambio que comento se ha llevado a su máxima expresión. Trasladarlo a la realidad del negocio editorial de España, Europa o incluso el internacional, es un poco audaz. Muchas agencias literarias (Balcells, la primera) tienen en su listado de clientes autores desconocidos, que son sus apuestas literarias, y en las que invierten mucho tiempo y dinero. Unas pocas veces salen bien, la mayoría de las veces no, pero hace a nuestra esencia, a nuestra identidad, a nuestro negocio, que no es solamente facturar a corto plazo. Basta mirar las Web de las agencias de España para confirmarlo.

 

3. El origen de las agencias literarias

El oficio o la función de agente literario no se inició en los setenta en Nueva York, sino en Londres y hace más de un siglo.

 

4. Los intereses del autor

Decir que los derechos “se trocean” es utilizar un léxico de  matarife que me suena ajeno. Antes una editorial contrataba todos los derechos posibles, los explotara o no. Lo que los agentes hacemos es otorgar a los editores todos los derechos principales o subsidiarios que deseen adquirir, siempre que se comprometan a explotarlos. Es tan básico que las editoriales más poderosas lo han comprendido y aceptado. Esto permite que un autor obtenga por su trabajo el mayor rendimiento posible. Aunque quizás sea una mala analogía: ningún propietario vendería su piso a alguien que no sea el que le ofrece más. Pues de manera similar, la obra de un autor es su patrimonio económico además del creativo o intelectual. Por eso no tiene sentido que se le critique a un escritor que venda una obra a quién más le conviene, sea por dinero, difusión, afinidad con un catálogo, o a veces afectos. En mi experiencia de muchos años, un autor con agente percibe más del doble de dinero que uno sin. No por los anticipos, como vulgarmente se suele decir, sino por la explotación múltiple de un mismo contenido. Y esto no va nunca en contra de su editor, ya que no lo perjudica

 

5. Wiley, la vigencia de los contratos y la edición rápida.

No podría defender al agente Andrew Wylie ni tampoco denigrarlo (además de que a él poco le importaría). Hay cuestiones de estilo personal, no solo estratégicas. Pero no puede decirse que por su estrategia de contratos cortos se impulsó el negocio de la edición rápida. Ha sido el mercado, y concretamente la asimilación del negocio del libro en el negocio del ocio y no en el de la cultura y la educación (Prisa fue el primero en España en hacer esta inclusión). Lanzamientos poderosos con fuerte inversión que duran lo que un chispazo, salvo los pocos casos (con suerte uno o dos al año entre 60 mil títulos publicados), que se establecen como éxitos masivos. Aclaro mi posición: ojalá tuviéramos un caso así cada mes, porque eso sostendría a las editoriales y muy especialmente a los libreros. La amenaza de desaparición de las librerías tradicionales implica la automática desaparición de la mayoría de las editoriales y de la amplitud de la oferta cultural.

A esto se suma la difícil situación financiera actual de las librerías: un libro que no se vendió en dos semanas es devuelto a la editorial porque de no hacerlo habrá que pagar al editor. La devolución hoy es como el cheque antes, una herramienta de pago, mejor dicho de no-pago; muchas veces se devuelve lo que unos días después se volverá a pedir, ganando plazo para pagar. La red comercial librera está dañada, y esto es de una gravedad brutal. Por la situación financiera generada por la disminución de ventas por la recesión, el no acceso al crédito, y el aumento de los alquileres en las principales avenidas. Por eso los libros que no son un éxito inmediato desaparecen de las librerías, y las editoriales no tienen otro camino que producir más, para que esa burbuja financiera no se desinfle de golpe. No sé si está bien o mal, pero no se puede discutir esto con levedad.

No se puede entonces atribuir ninguna responsabilidad sobre este fenómeno que nos está hundiendo a la reducción de los plazos de vigencia del contrato de edición, que suele ser de cinco años. El 95% o más de los títulos publicados han desaparecido, saldados a bajo precio en América o destruidos por exceso de stock y descatalogados, mucho antes de vencer el contrato.

 

6. Competencia del agente con el editor

Tengo 40 años de experiencia en el sector, y hace muchos años que no escuchaba algo así. Sé que hay excepciones, amores y odios como en todos los sectores (yo los sufro). Pero no creo que se pueda decir que el agente compita con el editor. Agente y editor son y tienen que ser aliados estratégicos, aunque defiendan distintos intereses.

Hay una idea generalizada de los enfrentamientos agente-editor que viene de los inicios de Carmen Balcells (aunque han pasado ¡40 años!), cuando toda la pelea se centraba en el anticipo. Eso tuvo una razón de ser: no existía la informática, los editores habitualmente le daban unas pesetas al autor y jamás le liquidaban ni le volvían a pagar. El anticipo era lo único que cobraba seguro, Balcells lo entendió y pudo modificarlo, solo por eso merecería un monumento. Pero hoy es poco probable y muy difícil que un editor engañe en las ventas a un agente o a un autor. El negocio del libro no tiene la rentabilidad suficiente para atraer a empresarios voraces e inescrupulosos capaces de fabricar, almacenar, vender y cobrar en negro, lo que sería necesario para engañar al autor, y de pasos a Hacienda. Ni libreros dispuestos a comprar libros sin factura, ni distribuidores dispuestos a entregarlos.

 

Finalmente, la edición digital merece mucho respeto, por lo que no puede atribuirse al paradigma digital la responsabilidad de todo lo que sucede y tiene otro origen muy anterior, que no nos conviene ocultar detrás de la nube.

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