POPULISMO Y DERIVA REPUBLICANA

    Populismo. José Luis Villacañas. Editado por La Huerta Grande, Madrid, 2015  *Una reseña de Gerardo Muñoz,  candidato de doctorado en la Universidad de Princeton. Su trabajo se …

 

 

Populismo. José Luis Villacañas. Editado por La Huerta Grande, Madrid, 2015 
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*Una reseña de Gerardo Muñoz,  candidato de doctorado en la Universidad de Princeton. Su trabajo se enfoca en la intersección entre cultura latinoamericana, Estado, y pensamiento politico. Colabora con frecuencia en la publicación digital argentina Lobo Suelto, y es miembro del colectivo académico «Infrapolitical Deconstruction».

No cabe duda que en los últimos tiempos el debate en torno al populismo ha trastocado profundamente el pensamiento político. En efecto, el lema del reciente ensayo Populismo (Huerta Grande, 2015) de José Luis Villacañas captura esta angustia: “el populismo acecha”. En este inteligente y breve ensayo – y esto debe subrayarse, ya que a diferencia de sus otros estudios monumentales sobre política, este ensayo estádirigido a un vasto público informado – el populismo es encarado con la medida urgencia que se merece, a contrapelo del facilismo por parte del pensamiento liberal que tiende a homologarlo al irracionalismo o al catolicismo en política.

El punto de partida de Villacañas es doble. Por un lado, entiende que la facticidad opaca ataña la escena internacional contemporánea con múltiples incertidumbres y falta de dirección. El hecho que ambos partidos, el Demócrata y el Republicano, en los Estados Unidos tengan agendas opuestas, da cuenta de la indecisión que late al corazón de la razón imperial. El renacer del populismo parte de esta condición fáctica de la política global. Por otro lado, Villacañas encara la reconstrucción del populismo llevada a cabo por el estudioso liberal Loris Zanatta, para quien el populismo es el resultado de una confronta entre modernización y lastres culturales arcaicos. En la definición conceptual de Zanatta, el populismo es la consecuencia de una comunidad ancestral basada en el cuerpo místico de la representación católica; una formulación que pareciera repetir las teorías del joven Carl Schmitt sin muchos matices. Aunque el problema con la tesis de Zanatta reside, más allá de la analogía compartida entre la figura paulina del katechon y la estructuración populista, en el hecho de que su reconstrucción descarta sin apuros las experiencias populistas que si se dieron en comunidades políticas protestantes, como pueden ser los casos de la Alemania Nazi o bien la democracia norteamericana del ‘We the people’ que va desde Abraham Lincoln hasta F.D Roosevelt.

Sin embargo, no se trata de encarar una polémica con las limitaciones conceptuales de El populismo (Katz, 2015) de Zanatta. Lo que es crucial es la manera en que esta toma de distancia le permite a Villacañas crear un espacio de intervención que rehúye de la tesis hiperbólica de la secularización (el populismo como catolicismo plebeyo), entrando en conversación con los debates contemporáneos de la izquierda en torno la especificidad del populismo. Contra Zanatta, Villacañas define el punto de partida del populismo a partir de una articulación contingente del “pueblo”:

“…nosotros hemos dicho que el pueblo es una comunidad construida mediante una operación hegemónica basada en el conflicto, que diferencia en el seno de una unidad nacional o estatal entre amigos/enemigos como salida a la anomia política y fundación de un nuevo orden” (Villacañas 2015, 28).

El autor de ¿Qué imperio? admite no pretender esbozar un “tipo ideal” del populismo, si es que alguna vez lo hubo. En cambio, se trata de construir una guía para interrogar conexiones más complejas relativas al concepto. Ya entrando en los capítulos del libro, la discusión se desplaza hacia una reconstrucción de los más importantes conceptos de la obra de Ernesto Laclau, como pueden ser la categoría de pueblo o la equivalencia de las demandas sociales, el lugar del afecto o la relación amigo-enemigo, la reelaboración gramsciana de la hegemonía y la producción carismática del líder. Sin embargo, es importante hacer hincapié que Villacañas no está interesado en reconstruir la trayectoria política de Laclau, en la medida en que La  razón populista (Verso, 2006) es la culminación de una extensa trayectoria política, muy bien repasada por John Kraniauskas (2014), que comienza en la experiencia sindicalista argentina y termina en colaboración con los estudios culturales británicos. Optando por un ruta distinta, Villacañas sitúa a Laclau como la figura sintomática que condensa una serie problemas relevantes al interior de la historia moderna del pensamiento político al menos desde Hobbes. Lejos del irracionalismo o incluso del anti-liberalismo, el autor de Hegemonía y estrategia socialista es fundamentalmente un pensador político moderno.

Villacañas impone límites analíticos muy precisos para aterrizar los argumentos de su ensayo. Por ejemplo, a lo largo del libro, se nota una insistencia en leer al pensador argentino en abierta confrontación con la epocalidad neoliberal, como si la teoría equivalencial de las demandas o la construcción catacrética de lo nacional-popular naciera del malestar ante el “big bang” del neoliberalismo global. Otro de estos límites, es la atención al lugar del afecto y el poder, que implícitamente busca triangular el debate con el concepto de poshegemonía, no solo de la manera en que éste ha sido elaborado por Jon Beasley-Murray, sino también a partir de la reciente colección de ensayos Poshegemonía: el final de un paradigma de la filosofía política en América Latina (ed. Castro-Orellana, Biblioteca Nueva 2015). Un gesto central en el estudio de Villacañas es ir más allá del reduccionismo antinómico “populismo o poshegemonía”, a la vez que realiza una deriva hacia una discusión del populismo por fuera del concepto de hegemonía como producción identitaria constitutiva de principio de equivalencia.

Para este propósito, “el populismo acecha” no es un asunto de cotejar conceptos maestros o escuelas de pensamiento encontradas, tal y como suelen reducirse los debates intelectuales al interior de la Universidad contemporánea. La apuesta de Villacañas es que pensar el populismo permite abrir un espacio más allá de la opacidad política y el anti-institucionalismo que promueve el neoliberalismo contemporáneo. Es en esta coyuntura que para Villacañas el populismo se abre a un doble-bind. Esto es, el populismo es una respuesta efectiva a la “revolución conservadora neoliberal” (término de Wendy Brown), puesto que su anti-institucionalismo acaba coincidiendo con el principio anárquico de valorización neoliberal impuesto a todos los niveles de la vida social contemporánea.

Este doble-bind es una contradicción de segundo grado, ya que Villacañas enfatiza con razón que el anti-institucionalismo populista tiene lugar en una mínima diferenciación institucional junto con una máxima expansión de las demandas. Esto implica que sin institucionalización, el populismo no puede consagrarse a través del principio de conversión equivalencial. Sin embargo, de haber una institucionalización integral, ya no habría posibilidad para el populismo, puesto que todas las demandas habrían sido cumplidas sin necesidad alguna del líder carismático. El análisis de Carlos de la Torre sobre el populismo tecnocrático de Rafael Correa confirma la reflexión conceptual de Villacañas en torno a la convergencia entre populismo y neoliberalismo en cuanto a la pregunta por la institucionalidad (De la Torre 2013).

Ante el riesgo, cada vez más latente, de una alianza entre neoliberalismo como forma reactiva de gobierno y el populismo como réplica proactiva ante la crisis, pareciera que entramos en una circularidad nihilista de entender lo político. La mención al nihilismo no debe entenderse de manera anecdótica en este caso. La cuestión del tiempo se encuentra al centro de lo que el anti-institucionalismo no puede dar cuenta ni del lado del populismo o del hiperneoliberalismo. Y mientras más apoyamos la primera opción, más crece el desierto populista.

Según Villacañas, esta expansión populista debería ser algo que los administradores del neoliberalismo tendrían que aceptar cada vez que defienden su modelo. Pero más importante aun es el hecho la opción populista, haciéndole el juego al neoliberalismo, termina ofuscado la posibilidad de una “tercera opción” en retiro de la circularidad temporal.

Entonces, ¿cual sería la opción? Para Villacañas esta opción es la deriva republicana. Este republicanismo no se limita a una forma gubernamental de Estado, sino a una forma democrática contingente (abierta a las demandas sociales, así como al antagonismo entre singulares) como garantía de una estabilidad institucional. En pocas palabras, este republicanismo es tiempo de justicia:

“Pero la justicia es un empeño positive que surge de lo más propio que ofrece el republicanismo: una percepción de confianza y seguridad que abre el tiempo del futuro sostenido por estabilidad institucional. Si no se atiende con una voluntad específica, la justicia no se producirá de modo natural. Abandonar toda idea de justifica facilita la agenda populista de configurar una nueva…Donde el republicanismo no ejerce su función estabilizadora a través de instituciones, el tiempo del la sociedad se reviste de esos tonos inseguros que el populismo tiene como premisa”. (Villacañas 114)

La deriva republicana afirma una forma poshegemónica de politicidad democrática contra la estructuración neoliberal del mundo. El republicanismo busca radicalizar el “mínimo republicanismo” que el populismo rebaja en su tiempo anti-institucional de “gran política” (Villacañas 117). En lugar de permanecer arraigado al fundamento de las libertades personales – principio que limita la teoríapolítica liberal de Rawls a Nussbaum – el republicanismo afirma políticas redistributivas que, a diferencia del populismo, buscan transformar el tiempo de la vida. Es en este sentido que Villacañas entiende la irrupción de las movilizaciones en la España contemporánea (las llamadas “Mareas”) no como demandas equivalenciales, sino como afirmación en nombre de la democracia radical y de la institucionalidad de la vida pública (Villacañas 124-25). Por esto,Populismo es un libro difícil en la coyuntura española marcada por la “conducción” de Pablo Iglesias y la retórica política de Podemos.

Este giro republicano, a diferencia de la promesa liberal de redistribución, tiene como lugar de la vida política, tal y como lo entendieron Hannah Arendt y Simone Weil, a la polis en desistencia de todo orden principial de Estado. Al situar la polis como la unidad mínima de toda comunidad política, Villacañas puede retener las demandas populares a la par de la siempre-imposible tarea de afirmar lo singular. No queda claro hasta que punto esta deriva republicana puede modificar el análisis sobre la producción de sujetos, o decirnos algo sobre la categoría misma de sujeto. Pero desde ya, Populismo (Huerta Grande, 2015) es un importante ensayo que abre vías muy productivas para interrogar el estatuto contemporáneo de la política.

NOTAS

Carlos de la Torre. “El tecnopopulismo de Rafael Correa: ¿es compatible el carisma con la tecnocracia? LARR, Vol.48 No.1 Spring 2013, pp. 24-43.

John Kraniauskas. «Rhetorics of populism».Radical Philosophy, July/August 2014.

José Luis Villacañas. Populismo. Madrid: La Huerta Grande, 2015.

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3 comments

  1.    ResponderReport user

    El análisis es valioso y pertinente . Algunas frases no las capto, pero debe ser más por desconocimiento del tema que por errores de escritura. La propuesta republicana siempre me ha parecido interesante –o, al menos, leyendo a Constant, evocadora–. Hace bien Villacañas en sostener que la deriva republicana no necesita un entramado institucional sino que consistiría en institucionalizar la propia vida pública. El problema es que se convierte en algo circular porque… la vida pública también necesita instituciones y ¿qué instituciones ponemos? ¿las inventamos de cero? Entonces volvemos a caer en lo peor del progresismo anti-realidad o en lo peor del populismo «anything goes (as long people desires it)». Además, ocurre que el republicanismo maneja un tiempo que quizá se concilia poco con los tiempos de la sociedad actual…

    1.    Responder

      Hola Juan Pablo, muy buen comentario. Creo que señalas correctamente los asuntos claves: republicanismo, movimiento popular, pulsión institucionalizadora y tiempo político-tiempo social. Recuerdo comentar en clases de José Luís Villacañas como muchas veces el parlamentarismo, que por su propia constitución lleva a una deliberación lenta pero necesaria en democracia, chocaba con un cierto decisionismo «rápido» a veces necesario para resolver crisis urgentes. También Innerarity ha señalado este problema en «Un mundo de todos y de nadie». ¡Saludos!

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        Cierto. Innerarity siempre se ha movido en esa línea de defensa ilustrada (o clásica) de los mecanismos representantivos. Lo hacía en un breve artículo de Claves de razón práctica (nº236, oct 2014) y seguro que lo hace también en su último libro. Las instituciones de la democracia representativa quizá no son las mejores pero cuentan con el test del tiempo , no sólo de su desarrollo sino de su perdurabilidad . El populismo, por definición , no puede instaurar nada permanente… a no ser que las personas tengan algún tipo de reclamación o voluntad común que sea permanente más allá de lo obvio (paz, felicidad)… algo respecto a lo cual me diría escéptico.