«LA RESISTENCIA ÍNTIMA» DE J.M. ESQUIROL

Hay una categoría epistemológica a la que Kant no otorgó suficiente envergadura: la perspectiva. Mucho más trascendente que el espacio-tiempo o la causalidad, la perspectiva sitúa al ser …

Resistencia Esquirol

Hay una categoría epistemológica a la que Kant no otorgó suficiente envergadura: la perspectiva. Mucho más trascendente que el espacio-tiempo o la causalidad, la perspectiva sitúa al ser humano en el lugar donde Josep Maria Esquirol desea encontrarlo (“En una carta a Hugo Boxel, Spinoza escribía que, si un triángulo hablase, diría que Dios es triangular. Dos siglos y medio más tarde, Franz Rosenzweig le replicaba que «si el triángulo pudiese hablar, diría que Dios habla»” [p. 162]): la juntura, el instante limítrofe, los límites, el pliegue, la existencia. Porque es muy cierto que nuestra óptica siempre es el presente y lo cotidiano, y todo cuanto salga de este margen resulta irreal. Aunque luego podamos decir eso de «¡cómo va a ser irreal la deuda que tengo con mi entidad financiera!»: desde la perspectiva en que exclamamos esto, obviamente, no podemos ver más allá…

La resistencia como resignación ontológica pero no inhibidora de la acción; ésta es a nuestro juicio la propuesta principal de este ensayo. Lejos de la peste racionalizadora que oscurece nuestra mala época, la Filosofía de la Proximidad trataría de construir un sentido que soporte el filtro de la realidad, demuela los cánones prefabricados por la propaganda e inspire cada paso cotidiano bajo optimista espíritu creativo. Y estamos muy seguros de que ya no hay otro modo de componer un mundo distinto, irradiar un mínimo de iluminación ni siquiera en lo más vulgar de una vida cualquiera, ni siquiera con espíritu estoico y tantas veces místico, sin estar provisto de la más elevada aspiración del estar vivo: el acto creador.

No es una guía para la vida feliz, pero reúne las condiciones para equipararse a los textos inmortales de Epicuro, de Séneca y Epícteto; ahora nos sonroja el género, pero no debemos olvidar todas esas voces maestras, desde nuestro Baltasar Gracián hasta el Schopenhauer de todos, sin olvidar a los moralistas franceses ni al utilitarismo de primer cuño. Así, no es imprescindible consultar a Hadot para saber que este ensayo que excusa nuestra reseña, es plena manifestación del estoicismo renovado que nos reclama la extrema circunstancia que nos ha tocado vivir. Aquí encontraríamos entonces paralelismos etiquetables: paleocristianismo secular, mistignosticismo pragmático, autoayudactismo sin superación (salvo la del nihilismo, para lo cual el autor se prodiga en pautas)…Este es uno de los conceptos más importantes del libro: no hay superación posible, la superación de nuestras limitaciones es un término-trampa que nos obliga a la asunción de la derrota sin reconocer una sola derrota. ¿Cuántas injusticias se justifican en nuestro mundo bajo el postulado de lo insuficiente que fue el esfuerzo empeñado? Ahora sabemos que la superación no tiene sentido, que no se trata de superarnos a nosotros mismos sino de encontrar la manera de que la sociedad sea equitativa con nuestros actos válidos. Y, naturalmente, siempre hay un ámbito empírico donde nuestra valía será recompensada como merece: en lo cotidiano, en la proximidad. ¿Y cómo empezar? Pues por uno mismo

«Una vez más, el cuidado de sí no constituye ninguna huida, más bien lo contrario: es una transformación de la cotidianeidad. Nada de torres de marfil ni de supuestas «purezas» alejadas de la vida normal. La creación no requiere la pureza, sino el silencio. Por eso el filósofo no debe distanciarse del mundo, de la vida. Otra cosa, por supuesto, es que las transforme con su mirada. La mirada que procede del cuidado de sí mismo no es «meramente» contemplativa, sino transformadora. Son las ideologías las que adormecen o entierran la vida. El cuidado de sí mismo es puerta de acceso a su transfiguración. Las cosas, el mundo, serán vistos en su misterio. Resulta revelador que a todos los poderes constituidos les inquiete la presencia extraña que los desmonta sin violencia.” [p. 112]

Esquirol enumera y explica varios factores que condicionan la forma en que debemos afrontar el mundo (y la muerte, cuya aceptación es el punto de partida de la reconversión); éstos giran en torno a las grandes virtudes: compartir la mesa, el sentido común, el amparo, el apoyo mutuo, la maestría… También habla de la importancia de «la situación», y por ahí nos hemos desviado en la lectura buscando afinidades con el situacionismo, hacia cuya máxima esfera teórica creemos que tiende el autor cuando en sus argumentos sopla algún viento resignado (cuando habla de la pantallización de nuestra cultura, por ejemplo). Pero en las fórmulas que comparte Esquirol asoma sobre todo una noción nítida de lo que es el Mal, aquello de lo cual debemos apartarnos; así nos advierte sobre la perversión del lenguaje, sobre la manipulación informativa y sobre la falsedad de la propaganda sistémica, aunque solamente insinúa cómo debamos moderar nuestra indignación para lograr mantener la lucidez, la sobriedad ante las mentiras mediáticas que ciegan nuestro entendimiento, nos hunden en la frustración, dan al traste con muchos intentos de resistencia íntima y convierten lo que sería una oportunidad de abrirse al mundo en motivo de patología asocial; y la importancia de esta determinación es vital, dado que la mayor parte de las personas que nos rodean entiende por «el Mal» lo que no es más que un montaje de los poderes, cabría plantearse la cuestión de otra manera: con cada ausencia de concreción acerca del Mal, ¿no estaremos afianzando la inevitabilidad del Mal? Porque en diversas ocasiones escapamos a nuestra responsabilidad para con el mundo, y evitamos el compromiso bajo la excusa de vivir en una sociedad donde «la gente no se compromete»; y concédase que no llamamos comprometerse a ejercer cierto activismo social o político: la misma perspectiva que Esquirol nos señala es la única toma de partido que creemos eficaz (el día a día en el entorno inmediato: la proximidad). ¿Pero será suficiente para redimirnos? La idea de Sócrates de que el mal es una actuación errónea causada por la ignorancia, puede servir para explicarnos el mal en nuestra sociedad postindustrial: estamos gobernados por una kakistocracia (no sólo política, sino también empresarial, sindical, profesional, artística, académica; y si especulamos con una premisa distinta, nos obligamos a inventar determinadas mafias…) elegida por una oligarquía irracionalmente avariciosa. Es cierto que necesitamos una definición más concreta de lo que es el mal aquí y ahora, o al menos una respuesta (o varios conjuntos) a la pregunta: ¿Qué es aquello que ya bajo ningún concepto y en ninguna circunstancia debemos admitir? Si no exponemos constantemente las imágenes del Mal, ¿no llegaremos a olvidar que existió Auschwitz?, ¿o no quedará su invocación convertida en un mito de la crueldad humana al que periódicamente se recuerda bajo determinado protocolo militar?

Retomemos el carácter redentor de la eucaristía, que debidamente secularizado es también comunión del ser humano con la naturaleza (“ayuntamiento como amparo de la vulnerabilidad y ayuntamiento como intención—esfuerzo— por comprender” [p. 173]), conciliación en mitad de un mundo hostil…, ¿no será acaso la esencia del Archigesto que nos señala Esquirol? Por supuesto que vamos a ceder el paso en la calle concurrida, unos con más habilidad que otros, y más por necesidad fisicoquímica que volitiva; pero la cosificación no alterará nuestra naturaleza, y por mucho que la dominación tecnocientífica siga convirtiendo en única realidad lo que la pantallización del espectáculo muestra, la demostración es otra cosa y en eso el pulso de lo humano no varía, no hay otra manera de estabilizar el transcurrir de nuestros destinos conjuntos, la paz social. El espíritu real de cambio y permanencia no se encuentra en el sujeto, sino en los objetos: es la forma de las vías de tráfico la que determina la dirección de nuestros desplazamientos, así como son las combinaciones cromáticas y (en su caso) olfativas, las que nos predisponen la libido; de aquí deviene tanto estado patológico y tanta prohibición. Esquirol quisiera que el Archigesto, hipóstasis de la proximidad, sirviera para ese dejarnos llevar… Y claro que es posible: la intuición como herramienta primera del conocimiento, el lenguaje actuando a posteriori sólo como cobertura racional para el sentimiento, que la sensación valga y nos afecte menos la relatividad de la lógica… Esta nos parece una buena estrategia, dado que es bien sabido que la mejor manera de controlar el campo de batalla no es mediante el buen posicionamiento sobre el mismo, sino aprovechando una mínima posibilidad de elegirlo, de imponer sus características y consolidar su naturaleza. De este hecho siempre han surgido las dos primeras verdades que guían el difícil itinerario del «construir un mundo mejor»: la violencia no es útil para nada y la educación debe contar con el educando; naturalmente, el cinismo nos las va a vaciar continuamente de sentido, discutiéndonos los contenidos de ambas y sentenciando que el fin “a veces” justifica los medios. Pero nunca ha existido un fin, esto ya es irrefutable: sólo hay límites. Y gestos, olfato, caricia; proximidad… Sobran las palabras

Lo que sí hemos echado en falta son otros modos de enfrentarse al mundo hostil, que a nuestro entender son los que mejor calzan con el afán del acto creador en libertad: el arte (que hace de la creatividad individual o colectiva un medio para alcanzar el mundo más conforme a nuestros deseos) y los sueños (que, según afirma André Breton en, es la materia de subversión que mejor desenmascara los falsos sistemas (“Decía Adorno que «la cultura organizada corta a los hombres el acceso a la última posibilidad de la experiencia de sí mismos»” [p. 121]), toda vez que los sueños constituyen la experiencia más íntima de cada individuo, y que se generan como vivencia sin depender de categorizaciones espaciotemporales o causales); además, tanto el arte como los sueños ensalzan los dos pilares de la capacidad representativa de nuestra condición, tan necesarios ahora para vencer, en cualquier momento y sector, los atolladeros: la imaginación y la memoria (el recuerdo onírico es una inagotable fuente de sabiduría…)

«La resistencia al imperio de la actualidad viene de la memoria y de la imaginación. Una y otra se resisten a la cooperación de la actualidad consistente en abandonar el pasado, en borrarlo, y en hacer como si el—ahora flujo que brota del futuro— lo fuese todo. Que memoria e imaginación pasen por sus peores momentos no hace más que confirmar la eficacia del dominio. Pero ¿qué somos, nosotros, sin memoria? La gente sencilla «sabía», también, que hay algo precioso en el recuerdo de una vida. La memoria no es memoria del tiempo pasado, sino ampliación y enriquecimiento del presente. Sólo a causa de la memoria el tiempo pasado no está acabado y el presente (lo que nos es «presente») no se reduce y pervierte en la actualidad. La resistencia empieza inevitablemente cuando se mira hacia atrás. La ciencia es siempre una mirada hacia adelante, y la retórica política también. Pero el ademán más propio del pensamiento es volverse, mirar atrás. Y entonces las cosas se tambalean y amenaza el absurdo. El problema grave es mirar atrás. Y, aunque no tanto, comienza ya a ser problema, hoy, mirar a un lado. En cambio, estar pendiente de la actualidad es evasión, abstracción, huida. En este caso se produce un perfecto acoplamiento con la lógica científica. Mientras uno de los principales imperativos al que se ve confrontado el pensamiento es que nada de lo que ha sucedido puede anularse (irreversibilidad), la lógica tecnocientífica tiene otra manera de funcionar, más en la línea de la omnipotencia y de la continua apertura de posibilidades [p. 120-121]»

Pensamos que no hay posibilidad para cualquier tipo de filosofía futura que ignore estas dos realidades: el mal como determinación última del mundo (”Que la vergüenza es el origen del filosofar será una de las inestimables tesis lévinasianas.” [p. 80]), y arte y sueños como flujo que lo orienten. Los sueños son hoy por hoy la más firme resistencia de lo Humano contra la Máquina (en sentido figurado y también literal) y las corrientes surrealista y psicoanalítica poseen gran parte de las claves útiles para nuestra defensa contra el esquizocapitalismo; el arte es la Forma humana por excelencia y, lejos de la sublimidad de otras épocas, hoy es considerado el único medio de expresión para despojarnos de cuanta alienación sea posible y satisfacer en gran medida nuestras más honestas voluntades. El Mal, en cambio, aún nos resulta imprevisible: no en vano Walter Benjamin, cuando más empeño ponía en hacer despertar al conocimiento del difuso sueño del siglo XIX, aquél de los imparables avances, de los logros excelsos del progreso y la civilización, dio de bruces contra el XX, donde el desarrollo material de Occidente estaba a punto de transformarse en pesadilla

Esquirol nos ilustra abundantemente acerca de la manera de aprehender el nihilismo (‘sin hilo’) y de la traza hacia el Todo cósmico y la comunidad humana (la religión como “hilo que religa” [p. 22]); pone a Hadot y a Freud de acuerdo: “una superación del «yo parcial» es un aprendizaje para la muerte” [p. 133]; y resalta la importancia del tacto y la exagerada relevancia que dispensamos a la vista. Ya sólo hace falta que la experiencia de las situaciones-límite nos sea más favorable

Un reseña de Eugenio Navarro Gutiérrez

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1 comment

  1.    ResponderReport user

    Gracias Antonio 🙂

    Aquí dejo el enlace donde puede descargarse en PDF:
    https://www.academia.edu/30150713/JOSEP_MARIA_ESQUIROL_La_resistencia_intima

    ¡Un libroensayesco abrazo!