Inicio › Forums › Principal › AUTOR Y LIBRO DEL MES › LIBRO DEL MES › ABRIMOS 2014 CON SOCIOFOBIA
- Este debate tiene 26 respuestas, 4 mensajes y ha sido actualizado por última vez el hace 11 años, 8 meses por
idea21.
-
AutorEntradas
-
3 enero, 2014 a las 18:02 #6909
Antonio AdsuarSuperadministrador¡Hola a todos!,
Espero que hayáis comenzado el año con energías renovadas y con muchas ganas de leer y comentar textos interesantes.
Desde luego Sociobofia lo es. Además ha sido un ensayo muy vendido y comentado por lo polémico de su planteamiento. Voy a poner sobre la mesa tres preguntas que nos sirvan de punto de partida.
1.¿Fomenta internet la sociabilidad o la degrada?, ¿Son las comunidades virtuales lugares vacíos que evitan que nos socialicemos realmente?
2. Las comunidades en internet, ¿Podrían servir para organizar proyecto comunes no marcados por el capitalismo o las formas de interacción que se dan en la red marcan que interactuemos como individuos atomizados?
3.¿Qué alternativas se os ocurre proponer a la sociedad consumista que pasen por un mejor uso de las nuevas tecnologías?, ¿Se puede o debe detener su avance?
¡Saludos y a debatir, que el tema lo merece!
8 enero, 2014 a las 12:35 #6920
Antonio AdsuarSuperadministradorOs pego aquí las reflexiones de Marlén, cuyo usuario es @marlen
Muy interesante el comentario de Antonio y un placer escuchar el vídeo en el que se explica César. Si viene a Valencia me gustaría asistir. Creo que estamos muy necesitados de reflexiones como las que aquí se vierten.
(Añado) Creo que antes de internet, como si fuera una preparación a lo que venía (pura casualidad supongo), anegó nuestras vidas un aparato llamado televisión que nos preparó adecuadamente para el sedentarismo simio, la trivialidad, la desensibilización emocional, el ansia consumista y el aislamiento social incluso dentro de la propia casa familiar.
¿Alguien se imagina cómo estaríamos funcionando ahora si hubiéramos saltado sin ese paso intermedio, al internet?.
8 enero, 2014 a las 12:42 #6921
Antonio AdsuarSuperadministradorSaludos Marlén y contertulios,
En primer lugar te agradezco que hayas abierto fuego y espero que este libro, intencionadamente polémico, nos traiga una buena sesión de Debate. Como bien dices es un buen complemento ver a César Rendueles explicar de viva voz sus tesis.
Yo realmente no estoy del todo de acuerdo con algunos pasajes, pero reconozco que me fue convenciendo cada vez más conforme avanzaba en su lectura. Creo que el debate está ahí y es interesante contrapesar tanto «ciber-optimismo». De todas formas, y por lo que comentabas de la televisión, creo que internet al no ser un medio de flujo unidireccional donde la audiencia es tan pasiva como la televisión, permite una mayor participación del usuario.
A mi lo que más me preocupa es que se mantenga la neutralidad de la red y que podamos participar en internet sin ser vigilado y controlados en todo momento. No obstante, lo que plantea César es también fundamental y va mucho más allá de mi comentario o del de Marlén. Existe una duda más radical: ¿De verdad toda esta interactividad no humaniza y nos permite cooperar más o estamos perdiendo el tiempo y la vida en obscuros entornos 2.0, meros simulacros de sociabilidad?. ¡Habrá que seguir indagando!
22 enero, 2014 a las 16:26 #7031
Eugenio-NavarroParticipante¡Hola amantes del ensayo!
He tratado de condensar las notas tomadas durante la lectura de Sociofobia, y creo que con lo que sigue puedo responder al cuestionario de Antonio y exponer mi opinión. La verdad es que el libro de Rendueles da para mucho, porque plantea innumerables asuntos colindantes y algunos subyacentes; pero ya digo que me he puesto un límite: responder al cuestionario (no obstante, temo que alguna de mis respuestas haya rodeado la pregunta…). En fin, allá lo lanzo.
1.<span style=»text-decoration: underline;»>¿Fomenta internet la sociabilidad o la degrada?, ¿Son las comunidades virtuales lugares vacíos que evitan que nos socialicemos realmente?</span>
En efecto, Rendueles no se decanta en cuanto a que Internet fomente o degrade la sociabilidad sino que, como dice Antonio un comentario más arriba, lanza el aviso contra los riesgos que provoca el ciberoptimismo, actitud que podría echar por tierra las contadas posibilidades de mejora que pueden lograrse en futuros sistemas políticos, económicos, culturales, etc., gracias a una más correcta aplicación de estos medios por usuarixs, empresas, colectivos e instituciones públicas. Pero Sociofobia no es un compendio de razones para justificar su tesis principal: que las formas más populares de sociabilidad surgidas o potenciadas por Internet no pasan (a la fecha) de ser una simple extensión -que ampliaría, eso sí, el espectro, tanto espacial como temporalmente- de las mismas formas de sociabilidad que nos permite nuestra sociedad de consumo; es decir: estamos utilizando Internet para continuar las dinámicas consumistas del capitalismo, haciendo uso y solicitando los mismos productos e idénticos servicios, olvidándonos de establecer -o restablecer- relaciones sociales que rompan la lógica de este intercambio o pongan en jaque su sistema productivo y de propiedad. Al respecto, me ha parecido sumamente interesante la advertencia que hace Rendueles acerca de la creciente importancia que adquiere para el capitalismo la gestión de las patentes, los derechos de autor y la propiedad del software; creo que éste es un punto clave que este libro toca (aunque extensamente) de soslayo, y sería interesante poder profundizar en él porque es muy cierto que una decisiva fuente de ingresos (o de acumulación de capital) en la actualidad y hacia el futuro, es ésta de la propiedad industrial-intelectual. De hecho, es una de las batallas más activas e incruentas que ahora mismo se están librando en la Red, con verdadera disparidad de posturas, tanto entre inversores, gestores y usuarixs de la web, como entre los miembros menos informados de la sociedad, televidentes en su mayoría.
Creo que es cierto, como asegura Rendueles, que hemos sido demasiado optimistas con los cambios que pueden conseguirse gracias a las herramientas que proporciona Internet, habiendo especulado sobre los frutos de las mismas antes de comprobar que nuestra expectativa sobre su uso era compartida por el resto de la humanidad, o al menos por una parte de ésta que fuera significativa, suficiente y necesaria para que el gran cambio que se estaba produciendo en nuestra imaginación, se materializara en el mundo real. Quizás hayamos cometido el error de enfocar demasiado pronto la formulación de hipótesis sobre las posibilidades -deseables o no- de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, oscureciendo nuestros paradigmas aspirantes bajo una nebulosa de ciencia ficción o utopía política. No obstante, no hay que olvidar que en ninguna época del pasado, los paradigmas renovadores que con tiempo, esfuerzo, sudor y lágrimas, se convirtieron en válidos y longevos modelos de convivencia, fueron aceptados, comprendidos y compartidos desde el comienzo, más allá de pequeñas minorías que en muchos casos sufrieron la incomprensión, el ninguneo e incluso la explícita persecución; por eso creo que no anula el potencial de ciertas redes sociales el hecho de que la mayor parte de la población las use para divulgar soflamas, banalidades o chismorreos.
2. <span style=»text-decoration: underline;»>Las comunidades en internet, ¿Podrían servir para organizar proyecto comunes no marcados por el capitalismo o las formas de interacción que se dan en la red marcan que interactuemos como individuos atomizados?</span>
Rendueles ofrece esa vía: la comunicación y la información podrían hacer posible un acceso inicial a estas nuevas organizaciones y proyectos comunes que superen las formas obsoletas del capitalismo, como las comunidades de consumo o las cooperativas de autoempleo. Pero habría que considerar que Internet como herramienta básica en estos aspectos podría ser sustituida por otros medios que, al margen de sus evidentes ventajas cuantitativas, sirven de igual manera para posibilitar contactos y facilitar documentación, y lo hacen con el valor añadido de «reales», en oposición a lo «virtuales» o «aparentes» que son las relaciones mediatizadas por una pantalla y la distancia (pese a su halagada inmediatez, la web no deja de ser, en este sentido, un canal «diferido»).
En esta línea Rendueles destaca, a mi juicio con mucho acierto, la ausencia de verdaderos mecanismos de «cuidado mutuo», un ámbito que él considera fundamental para socavar la solidez y persistencia de las formas de sociabilidad consumista: en otros tiempos se rompieron los vínculos comunitarios e incluso familiares en torno al cuidado mutuo, e Internet no ofrece atisbo de crear formas para su recuperación. Creo que Sociofobia nos invita a una profunda reflexión sobre este aspecto.
No obstante, cuando Rendueles afirma que el ciberfetichismo ha reducido nuestras expectativas políticas, supongo que quiere decir que nos ha creado unas expectativas de mayor calado que las que es posible afrontar en este mundo tan metódicamente subyugado a la manipulación de la realidad social y económica; y puesto que vivimos presos en una férrea estructura caótica completamente desdibujada bajo esa falsa apariencia de orden y competencia que se emite desde los altavoces del poder (resulta obvio, a poco que logramos una interpretación menos superficial, que los centros de poder dedican el noventa por ciento de su esfuerzo a publicitar su propia competencia en una gestión de ese poder a cuyo eficaz ejercicio apenas dedican el diez por ciento restante), nuestras expectativas políticas no pueden pasar de meras ilusiones fugaces de difícil transformación en actos y hechos (en este sentido, remito a la explicación de José Luis Martínez-Llopis A propósito de Sociofobia). Pero creo que Rendueles, desde su marxismo, debería analizar el grado de compromiso que el individuo adquiere hacia su colectivo por medio de este nuevo «consumismo de tintes virtuales» que manejamos en la Red, a través de unas relaciones de producción que apenas se nos dejan descubrir en nuestras sociedades atrofiadas por la promesa del bienestar, la felicidad y el saber vivir, y que pese a su carácter no-remunerado o solidario -o precisamente por ello- no pueden englobarse entre las actividades consumistas que todxs conocemos, ni alejarse de nuestra actividad laboral cotidiana… Perdonadme, pero esta idea me ha surgido leyendo Sociofobia y todavía no consigo matizarla lo suficiente: sé que es un confuso esbozo, pero he considerado importante incluirla en mi comentario.
3.<span style=»text-decoration: underline;»>¿Qué alternativas se os ocurre proponer a la sociedad consumista que pasen por un mejor uso de las nuevas tecnologías?, ¿Se puede o debe detener su avance?</span>
Las alternativas siempre pasarán por un cambio en las personas, hoy como hace mil años, y quizás eso sea posible a través de la educación, como proponía el mito de la Ilustración con el cual muchxs estamos aún de acuerdo. Pero en vista de los pobres resultados que a nivel global se han producido en la humanidad, con esta pérdida de valores -precisamente cuanto más ilustrados son los valores, más desprestigiados-, es fácil caer en el pesimismo y enfrentarse con ánimo decaído a este resurgir de las moralidades tradicionales con que contraatacan los caducos voceros de la fe ciega. A mi juicio la educación ya no puede ser considerada válida por sí misma, necesita el apoyo de una experiencia cotidiana que ayude a comprender los valores que trata de transmitir, los adecuados para una prosperidad sostenible (ya no sé cómo emplear este adjetivo tan maltratado) e imprescindibles para la convivencia pacífica. Creo que las nuevas tecnologías rompen la rigidez del contacto presencial y el gueto profesional, permitiendo a individuos ajenos a diversos ambientes participar virtualmente en una dinámica vital conjunta, a la que la jornada laboral impide el acceso.
Perdonadme la extensión -aún creo que este ensayo da para mucho más-, pero antes de terminar quisiera insistir en el concepto que me parece fundamental de los manejados por Rendueles: el ciberfetichismo. Lo he interpretado como esa ilusión de que la cooperación, necesaria entre seres humanos -por mucho que el individualismo económico trate de convencernos de que la humanidad prospera, entre otros factores más o menos fantasmales, gracias a la competitividad-, va a ser automática y sumamente eficaz por obra y gracia de Internet. Creo que Rendueles demuestra que los seres humanos somos cuando menos co-dependientes, y aleja la expresión de esta co-dependencia del intrincado y tantas veces irracional modo de relación que puede facilitarnos la Red; por un lado, a mi juicio demostraría la importancia de la co-dependencia con un argumento muy claro: el poder se manifiesta en nuestras vidas como un Gran Hermano, y vigila las relaciones sociales con espíritu paternalista (esto explicará, a mi juicio, por qué el nacionalcatolicismo español se ha ensamblado con tanta soltura en la lógica neoliberal). Por otro lado, Rendueles no cree que el Internet que conocemos haga posible un desarrollo de la co-dependencia adecuado a los fines de convivencia hacia los que -al menos en términos éticos- tendemos, porque las circunstancias alcanzadas en estos albores del siglo nos obligan a un nivel de compromiso con el conjunto de la humanidad que la web no permite, no al menos con menor fragilidad a la que nos obligan los vínculos personales, laborales o institucionales (puntualizo aquí con otro concepto de Sociofobia que merece debate aparte: lo que Rendueles considera el «prejuicio metodológico», que dicta como cimiento de lo bueno o lo correcto el que se sigan determinados procedimientos, tales como el mismo copyleft, para determinar que un producto responde a las necesidades comunitarias). Supongo que en este sentido seguimos sometidos (y lo seguiremos durante un tiempo) al sesgo individualista, superada la camaradería ingenua que se extendió y extinguió entre los siglos XIX y XX sin haber logrado encontrar una nueva manifestación de esa «comunidad de individuos libres» por la que apostaron tanto liberalismos como socialismos, en todas sus vertientes y con todas sus concesiones culturales, históricas o estructurales. Hoy en día no es posible redactar -ni siquiera entre ensoñaciones- un mundo organizado en base al criterio colectivo (digamos que en lo negativo o por reprobación, podemos componer una sola voz; pero a la hora de construir en libertad, la diversidad y el desacuerdo son cada día más amplios), pero tampoco cabe ya la posibilidad de que las líneas maestras de las decisiones políticas se dicten en función de intereses de clase, oportunismo, liderazgos o prioridades acuciantes y cuartelarias: esto ahora, diría yo, forma parte del folklore literario del planeta, no sirve, sería sólo un amargo desvío sin salida, una trágica marcha atrás. Para mirar hacia adelante en busca de nuevas formas, creo que Sociofobia contribuye abriendo vías.
Insisto en que este ensayo da para mucho más, pero hasta el momento es cuanto puedo aportar. Trataré de organizar mis impresiones y os enlazo hacia ellas.
Un saludo.
27 enero, 2014 a las 16:41 #7096
Antonio AdsuarSuperadministradorSaludos Eugenio,
Gracias por comentar. Veo que vas a defender con uñas y dientes tu título de LUC más participativo en el 2013. Me alegra que así sea y como te decía por mail espero que te salga competencia también,jeje.
Paso a comentar brevemente tu extensa intervención (¡¡se nota que te ha gustado sociofobia y le has sacado partido a su lectura!!). Yo, como debéis suponer por mi condición de librosensayo,com, soy más optimista en relación a internet que Rendueles pero creo que tienes razón cuando afirmas que este autor nos hace ver claramente que el excesivo optimismo entorno a internet es infundado. Como bien afirmas internet y las redes sociales son un reflejo de la sociedad y si en esta lo que más abunda son las banalidades la red estará llena de ellas. Pero creo que la pregunta radical, la clave, es si unas minorías útiles(ortegianas o no)la pueden usar para otros fines más cívicos.
Por tanto la clave es la que comentas en la respuesta a la segunda preguntas: ¿Podemos fomentar la solidaridad mutua partiendo de la interacción en redes?. Yo creo que internet deja mucho que desear en este aspecto pero sí puede ser un punto de encuentro que dé lugar a reuniones presenciales. Por ejemplo, pensemos en personas con enfermedades raras que se quieran encontrar y dar apoyo.
Coincido también contigo en destacar la idea de Rendueles sobre la reducción de nuestras expectativas políticas que ha traído la red. La idea es clara: al relacionarnos a través de la red cada vez esperamos menos los unos de los otros, nos sabemos más sustituibles y prescindibles, tanto política como socialmente. Cuando más amigos tengo en facebook y más tiempo uso en atenderlos menos creo lazos más reales con mis 5-6 amigos de siempre, que me ayudan mucho más, por ejemplo.
Me alegra también que cites el artículo de José Luís, al que convocaré a este debate para que nos ilustre; su texto es magnífico y se centra en el problema del lenguaje y su falta de contenido real en nuestra sociedad. Esta idea que dices que esbozas por no tener clara es interesante: ¿Esta solidaridad difusa pero en muchas ocasiones bien intencionada que crea la red nos lleva a alguna parte o son energías que se pierden como dice Rendueles?. Creo que das repuesta a esta pregunta cuando afirmas que “Creo que las nuevas tecnologías rompen la rigidez del contacto presencial y el gueto profesional, permitiendo a individuos ajenos a diversos ambientes participar virtualmente en una dinámica vital conjunta, a la que la jornada laboral impide el acceso”
Tu excursus final, aunque avisas de que es incompleto, me ha parecido el más decisivo de tu intervención. Comentas que la web no permite un nivel de compromiso suficiente y creo que esto es totalmente cierto. Parecemos abocados al “sesgo individualista” a un imposible “mundo organizado en base al criterio colectivo (digamos que en lo negativo o por reprobación, podemos componer una sola voz; pero a la hora de construir en libertad, la diversidad y el desacuerdo son cada día más amplios). Esta es la sensación amarga que deja el final del texto que, a mi modo de ver, no ofrece a penas respuestas.
¿Cómo podremos fundar esta nueva comunidad no basada en el individualismo liberal y consumista?. ¿Hemos de abandonar sin más internet?
¡Saludos y al debate que esto se pone bien!
28 enero, 2014 a las 16:54 #7120jose luis
ParticipanteVeo que el debate se anima.
Como sabéis, no estoy específicamente preocupado por la deriva de lo tecnológico ni por el entorno tecnológico como medio ambiente que nos condiciona. La lectura reciente de “Sociofobia” y de “El desorden digital” me confirma en mi posición: la tecnología es un fenómeno social y no a la inversa. Pensar en la tecnología como un «medio ambiente» o como una «fuerza» o una «deriva» que nos arrastra y que condiciona nuestro futuro equivale a dar la partida por perdida antes de empezar. Debemos pensar y pensarnos como seres políticos, no como masa tecnologizada. Sin duda, también somos «masa tecnologizada» pero el pensamiento y la acción es nuestra prerrogativa en tanto que seres políticos.
Cuando analizamos los efectos de las tecnologías sobre la sociedad-masa ponemos de relieve tendencias, rasgos, riesgos que nos ayudan a comprender nuestro presente y diseñar nuestro futuro. La sociología pero también la ciencia ficción nos guían en este empeño. Sin embargo, cuando ponemos el foco en la sociedad como un todo tendemos a exagerar y a magnificar.
Mis últimas lecturas me han llevado a la conclusión de que los riesgos derivados de las TIC en la sociedad de la información se pueden clasificar en tres grupos. De algún modo, «Big data» representaría un tipo de riesgo: el derivado de la instrumentalización y los usos malintencionados y/o irresponsables por parte de quienes detentan el poder -económico y político- y el conocimiento. «Sociofobia» representaría los riesgos derivados del consumo tecnológico propio de la sociedad de masas. «El desorden digital»<i> </i>representa los riesgos que acechan en ámbitos muy específicos y relativamente ajenos a los procesos de mercantilización: la investigación histórica pero también, quizá, otros microcosmos de producción -no sólo de saber- ajenos al mercado.
Pienso que si efectivamente las nuevas tecnologías aplicadas a la investigación histórica dieran lugar a la producción de obras de historia de menor calidad, la sociedad en su conjunto apenas sufriría por ello. Precisamente, porque el consumo de historia de calidad es tan insignificante a nivel social que una merma en la calidad no tendría efectos sociales ni políticos significativos.
Lo que puede dar verdaderos motivos para la preocupación es lo que ocurre en los otros dos ámbitos: las prácticas tecnológicas en la esfera de las masas y la instrumentalización de la tecnología con fines de control, poder y lucro. Desde esta perspectiva, a mi me preocupa más la imagen típica de una reunión familiar en la que cada cual está pendiente de su smartphone en lugar de relacionarse con los suyos, que pensar que los historiadores digitales pueden pecar de superficiales. Pero lo más importante es la relación que se da entre la esfera del consumo de masas de productos tecnológicos y la esfera que forma esa minoría que instrumentaliza la tecnología por su propio interés.
Pienso que esta relación de dependencia y sometimiento de la que no somos del todo conscientes sólo se puede invertir o superar mediante una toma de conciencia y una consecuente acción política. También pienso que sólo una minoría estará dispuesta a actuar políticamente, es decir, a romper simultáneamente con las relaciones verticales -control, disciplina, mando- y con la integración acéfala que propicia el mercado.
La lectura del libro de Anaclet Pons también me ha permitido entender que, en gran medida, las nuevas tecnologías no generan propiamente modelos de comportamiento o tipos de personalidad nuevos sino que subvierte las escalas de valores, lo cual no es ni bueno ni malo en principio. Me refiero a que determinadas habilidades, predisposiciones, aptitudes, estructuras neuronales, etc… pueden conducir al éxito o al fracaso, el reconocimiento o el desprestigo social en función del perfilo tecnológico de cada sociedad. Me refiero a que determinados rasgos de la personalidad o del carácter podían dar mejores resultados en una sociedad analógica que en una digital. Por ejemplo: los 140 caracteres de Twitter, los 10 minutos de las TED Talks o el concepto de video viral no crean un nuevo tipo de ser humano sino que, quizá, promueven a gente que hace cuarenta años no habría llegado a ser tan popular. Este tipo de análisis deriva de una observación de lo que ocurre a nivel masivo. Se trata de una mirada macro para la que pasan desapercibidos los fenómenos que tienen lugar en escalas más reducidas. En todo caso, no cabe pensar que determinados genotipos o fenotipos desaparerán como consecuencia de las nuevas tecnologías. Dicho de otro modo: las persona de tipo «analógico» seguirán existiendo cuando el paradigma digital haya sido superado por el «holográfico» – por decir algo. Aun si todo esto tiene algún sentido, no tendría sentido preguntarse: ¿qué será de los «analógicos» dentro de cincuenta años? Ser «analógico» en la era digital puede ser una ventaja para ciertas cosas y una desventaja para otras. Lógicamente, el papel de la educación es crucial en el escenario futuro. Si la educación digital se impone de manera irrestricta y acrítica, muchos «analógicos» lo pueden llegar a pasar igual o peor que aquéllos niños zurdos a los que se les obligaba a escribir con la derecha. Los padres pueden ser un peligro en este sentido: pienso en aquellos para quienes se ha convertido en una obsesión que sus hijos desarrollen ciertas habilidades que presuntamente garantizan el triunfo en la vida: saber inglés, programación, jugar al golf o contar chistes, según el caso.
Antonio preguntaba en el post de apertura:
«Las comunidades en internet, ¿Podrían servir para organizar proyecto comunes no marcados por el capitalismo o las formas de interacción que se dan en la red marcan que interactuemos como individuos atomizados?»; «¿Qué alternativas se os ocurre proponer a la sociedad consumista que pasen por un mejor uso de las nuevas tecnologías?, ¿Se puede o debe detener su avance?». Creo que el planteamiento es equivocado porque no es político. Yo lo replantearía así: «Tengo una iniciativa política -anticapitalista, antimercantilista, anarquista, etc… ¿Cómo la pongo en marcha? ¿Cómo me articulo con quienes me rodean para empezar a transformar nuestras vidas y nuestro entorno? ¿Las nuevas tecnologías me sirven de algo a mí, a mi inciativa, a los míos o, por el contrario, me perjudican?» A partir de ahí, podría tomar decisiones estratégicas y operativas: darme de alta o de baja de internet; pasarme todo el día conectado o sólo lo imprescindible; dedicar más o menos tiempo a hablar del futuro digital, de sus riesgos y de sus oportunidades; sabotear servidores o todo lo contrario, etc…
30 enero, 2014 a las 10:57 #7140
Eugenio-NavarroParticipanteHola de nuevo.
Al hilo de lo que comenta Jose Luis se me ocurre, sobre la cuestión de ese «hacer política» que tratándose de analizar sus prácticas se nos queda en el aire tantas veces, me convenzo cada vez más de que Sociofobia trata de romper el tabú que gira en torno a esa actividad política que debemos ejercer (como ciudadanos «aristotélicos»), y para la cual Internet se convertiría en un obstáculo insalvable. Porque no sólo parece que la Red pueda atraparnos en una ampliación del fetichismo de la mercancía -en términos marxianos- que llamaremos con Rendueles cyberfetichismo, sino que además puede terminar convertida en muro insalvable contra el que choque esa intención de hacer política.
Es cierto que quienes aún fuimos criados bajo el terror dictatorial confundimos «hacer política» con «criticar al gobierno», y no menos cierto es que el asociacionismo es hoy en día -como quizás lo fue siempre- la única vía abierta que tenemos para hacer política (¿será por eso que el Registro de Asociaciones está aún en poder del Ministerio de Interior?). Lxs vecinxs de Gamonal estaban en la calle antes de que su causa se extendiera por la web, y lxs impulsorxs del 15M no llevaban esa intención en las cabezas cuando acudieron a aquella manifestación, que era una más. Realmente, como entiendo que dice Jose Luis, esto que usamos es una herramienta más o menos sofisticada, que da oxígeno a nuestro «activismo» pero también puede asfixiarlo.
Un saludo.
31 enero, 2014 a las 16:15 #7151
Antonio AdsuarSuperadministradorHola José Luís, Eugenio y demás contertulios,
La verdad es que el debate se ha puesto muy interesante y vamos centrando entre todos la cuestión. Como bien dice José Luís “la tecnología es un fenómeno social y no a la inversa”. En este sentido “Sociofobia” sirve como antídoto al ciberoptimismo que se extiende por doquier. Tenéis que ver este vídeo, una gran animación sobre el libro “El desengaño de internet”(que aviso que no he leído)de Evgeny Morozov, un autor muy conocido y crítico: https://www.youtube.com/watch?v=Uk8x3V-sUgU
Aquí se explica muy bien como muchos gobiernos FOMENTAN el uso de la red para poder controlar mejor la disidencia. Pensemos que internet es un medio súper-rastreable. De esto hablaba José Luís cuando comentaba “Big data” y el peligro de una sociedad dirigida por unas supuestas estadísticas “perfectas” y ciegas. No. Lo humano siempre será precario y por lo tanto político y opinable y los algoritmos no nos deben hacer olvidar esto. Ya sabemos cómo acabaron experimentos sociales basados en un supuesto cientifismo positivista perfecto en el siglo XX.
En relación a esto me hace gracia un concepto: el “ipodliberalismo”. “Drop ipods no bombs” es su consigna. Si los EEUU consiguen que todo el mundo se apuntes a sus entornos controlados como Google, facebook, twitter, tendrán toda la información del globo en su poder. Como en Europa somos unos incapaces nos apuntamos de cabeza a este auto-espionaje comercial y político pero los Chinos y los rusos no son tan dependientes.
Por tanto y recuperando otra frase de José Luís: “¿Las nuevas tecnologías me sirven de algo a mí, a mi iniciativa, a los míos o, por el contrario, me perjudican?”. Como comenta Eugenio internet puede convertirse en una distracción, en un muro que me lleve a no llevar a cabo correctamente la acción política. Cerrando con palabras también de Eugenio: “esto que usamos es una herramienta más o menos sofisticada, que da oxígeno a nuestro “activismo” pero también puede asfixiarlo”.
Aquí reivindicaría yo el libro, el poder de la lectura para desarrollar discursos coherentes, lineales que, sin despreciar las nuevas textualidades, nos permitan dar una base a la acción política. Porque darse a la lectura de Sociofobia nos debe permitir reflexionar y cambiar ciertas actitudes, pararnos a pensar si nos subimos al carro de las TIC y qué consecuencias tienen nuestros actos. Yo, por ejemplo, me que quitado wasap a raíz de la reflexión que ha provocado en mi este libro. Se trata de renunciar a relacionarme con la gente que conozco mediantes medios que reducen y restringen en contacto humano. No deja de ser un gesto modesto pero creo que se empieza por aquí.
¡Saludos a todos, a ver si se sigue animando el cotarro y se apunta más gente!
Antonio
1 febrero, 2014 a las 12:06 #7156jose luis
ParticipanteAplaudo el gesto de Antonio -dejar wassp- aunque ayer me perjudicó, ya que le pedí una información por esa vía y, lógicamente, no me contestó.
Desde una perspectiva política, en mi opinión, el análisis de los efectos, riesgos y virtudes de las TIC debe ser concreto. Lógicamente, los análisis sociológicos nos iluminan pero si nos centramos en nuestro entorno y nuestra experiencia concreta obtendremos una perspectiva más ajustada de nuestras posibilidades y de nuestra situación. Me explico con un ejemplo: si no fuera por internet y las TIC en general difícilmente habría conocido nunca a Antonio y, a través suyo, a Marlen, Silvia, Alberto, Eugenio, José Ignacio, etc… Tampoco estaría conversando sobre Sociofobia y demás. Librosensayo, en este sentido, es un instrumento muy valioso y prometedor. Existen muchos instrumentos de la red sin los cuales hacer ciertas cosas habría sido imposible para mí: Scribd, infinidad de publicaciones digitales gratuitas, repositorios, buscadores, etc… En mi caso concreto, el mayor riesgo de este entorno es, parafraseando a José Antonio Marina, «naufragar entre tantas posibilidades». ¿Cuánto tiempo he perdido surfeando por la web pero cuántas cosas interesantes he encontrado sin buscarlas? Para un tipo disperso e inconstante como yo, este entorno puede ser la perdición. Por eso, decisiones como salir de Feisbuk, dejar de intentar estar a la última de lo que dicen la NYRB, Jacobin, The Baffler, The Economist y demás suscripciones a blogs, etc… ha sido fundamental para mí. Pero una disciplina o una dieta se tiene que elaborar en base a una serie de criterios claros. Aquí es donde la perspectiva política concreta resulta fundamental -para otros, se tratará, en cambio, de una perspectiva profesional.
César Rendueles hace hincapié en Sociofobia en la condición humana de la vulnerabilidad y la dependencia mutua como principio político. La propuesta merece toda nuestra atención o, dicho más claramente: hay que aplicarse el cuento. Si somos consecuentes, la constatación de la mutua dependencia como principio político -nada que ver con la interdependencia global- deberá tenerse en cuenta a la hora de definir los criterios en el uso de las TIC.
Otra de las cosas que dice Rendueles es que no podemos permitirnos el lujo de seguir sin actuar políticamente. Eso es difícil para todos nosotros. La vida de cada cual está ya estructurada apolíticamente: la vida privada, lo profesional, la supervivencia, la familia, el ocio… ocupan la mayor parte de nuestro tiempo. Actuar políticamente exige ciertas renuncias y un rediseño general de nuestra forma de vida. El ciberoptimismo que critica Rendueles consiste en la ilusión de una amplia minoría educada, con cierto dominio de las TIC, que se autopercibe como comprometida políticamente, pero que aspira ingenuamente a hacer compatible su actual forma de vida y sus actuales inquietudes profesionales con la transformación política. Se complacen pensando que su comportamiento en el mercado como consumidores y como productores es política y tiene efectos transformadores. Este perfil es compatible con una crítica light del capitalismo y de la economía de mercado, así como con una reformulación de la propia dimensión como consumidor -responsable, crítico, eco-friendly… Una especie de socialdemocracia 2.0. Podríamos decir que se trata de un perfil propio del post-fordismo que se propone hacer jugar a su favor el hecho de que la separación entre lo profesional y lo vital, entre tiempo de trabajo y tiempo de ocio, se ha diluido.
Desde mi punto de vista, este tipo de posturas no encarnan propiamente una iniciativa política y, precisamente por eso, pueden ser perfectamente funcionales al sistema. El problema reside, en parte, en que no asumen la vulnerabilidad y la mutua dependencia como condiciones antropológicas elementales. También pasan por alto otra condición de l@ polític@ que me parece esencial: su carácter primariamente local. Siempre insisto en lo local y lo presencial cuando se trata de política, y creo que hay muchos argumentos a favor de ello. Pero aquí me limitaré a señalar la relación entre vulnerabilidad/mutua dependencia y lo local. Está claro: nuestra vulnerabilidad como individuos se manifiesta y se resuelve, sobre todo, en las relaciones locales y presenciales. Muchos de nuestros problemas como sociedad es haber perdido de vista este hecho. En términos generales, la economía globalizada ha generado muchas ilusiones peligrosas que empiezan a manifestarse en toda su crudeza. Una de ellas es la pérdida del sentido de los límites. Otra, que viene más colación, la de que vivimos en una economía de lo inmaterial. No, la base de nuestra vida sigue siendo lo que produce la tierra; seguiremos innovando, construyendo aparatos y ampliando nuestro conocimiento mientras alguien siga cultivando la tierra y produciendo comestibles. La deslocalización y la superespecialización productiva conlleva grandes riesgos de los que no somos todavía conscientes. Parece banal pero el hecho de que todas nuestras necesidades materiales se resuelvan en una operación mercantil atrofia radicalmente nuestra comprensión y nuestra percepción de la vulnerabilidad como condición humana. O peor: nos puede llevar a pensar que somos invulnerables. Porque así es en apariencia: el mercado internacional de comestibles representa para nosotros -del primer mundo- la seguridad alimentaria a precios estables, pero eso es una ficción basada en una serie de equilibrios bastante inestables y bastante cuestionables éticamente. Bueno, esto nos desvía del argumento.
Volviendo a la cuestión de las TIC: generan inmensas posibilidades de comunicación, de acceso, etc… Si tenemos una iniciativa política, si nos rodeamos de personas para llevarla adelante, encontraremos usos apropiados y seremos capaces de descartar aquéllos que nos desvían del camino. Esta receta se puede aplicar a otro de los obstáculos que dificultan la acción política: lo que he llamado «la implosión del sentido». La inflación verbal, el maquillaje de la realidad, la manipulación, la verborrea vana… que acaban por generar un estado de cosas en que la palabra se devalúa. Si la palabra se devalúa, si cada vez tenemos más problemas para entendernos, para describir la realidad, entonces la acción política, que está basada en el uso de la palabra, se hace imposible. ¿Cómo usar las TIC para luchar contra esta deriva?
4 febrero, 2014 a las 11:30 #7186
Antonio AdsuarSuperadministradorSaludos de nuevo,
Creo que José Luís ha resumido y recentrado con eficacia varios puntos que hemos tratado antes y que son centrales en el texto de Rendueles. La clave, me parece, es de nuevo comprender “la vulnerabilidad y la dependencia mutua como principio político”. Y creo que la mención al problema alimentario no nos desvía del tema, al contrario, nos obliga a pensar su raíz. Nos alejamos cada día más de lo concreto, de aquellos campos que nos han nutrido históricamente para depender de complejos mecanismos del mercado mundial para alimentarnos. Entender este hecho es fundamental, no obstante quizás aquí disiento algo de José Luís en el planteamiento. Aunque estoy muy de acuerdo con la necesidad del retorno a lo local considero que, en parte, sí llevan razón los que afirman que con la globalización lo global se ha vuelto local. Si me alimento de productos de Marruecos tengo dos opciones: 1.Abogar por cambiar esta dinámica y volver a una sociedad que se autoabastezca alimentariamente en mayor medida(con las implicaciones sociales que esto conllevaría)o 2.Aceptar que los problemas locales de Marruecos son los míos ya que vivo gracias a los alimentos que Marruecos produce.
Nos decía también José Luís que “La vida de cada cual está ya estructurada apolíticamente”. Lo que nos dice Rendueles es que internet no hace sino ahondar esta tendencia. Dejo de preocuparme por los 3-4 amigos de siempre porque tengo 300 amigos en feisbuck con los que puedo tener una relación más superficial; me dan menos problemas, me comprometo menos y tengo un sucedáneo de sociabilidad que calma mis necesidades. Yo he dejado wasap(veremos si vuelvo o no)porque creo que crea un entorno que limita mis relaciones con los demás. ¿Forzosamente genera internet estos entornos?.
De nuevo con José Luís diría que internet crea “la pérdida del sentido de los límites”. La clave es usar la herramienta, como decía Eugenio, de la forma adecuada. Como dice José Luís librosensayo.com pretender ser un experimento que mediante la utilización de internet sirva para repensar la red y como orientarse en ella, teniendo más claros sus carencias y virtudes. Sobre todo quiere ser un lugar de reunión de personas que valoren la reflexión y la cultura del libro. Porque, como también decía José Luís, “si la palabra se devalúa, si cada vez tenemos más problemas para entendernos, para describir la realidad, entonces la acción política, que está basada en el uso de la palabra, se hace imposible”. ¿Qué pasa con la palabra cuando entra en el mundo-red, en la pantalla?. El libro le daba un valor que creo que hay que mantener, sin renunciar a construir comunidades colaborativas que nos ayuden a trabajar por un futuro mejor.
6 febrero, 2014 a las 0:22 #7217jose luis
ParticipanteEste post tiene dos partes. En la primera intento responder a Antonio: “¿Qué pasa con la palabra cuando entra en el mundo-red, en la pantalla?”. En la segundo, avanzar un poco en la dirección apuntada por Rendueles: la vulnerabilidad/mutua dependencia como principio de l@ polític@.
- Respecto a las transformaciones que afectan a la palabra cuando sale del libro para introducirse en la pantalla y en la red lo que se me ocurre es que el libro, la cultura libresca, genera una estructura vertical en la producción y la distribución del saber. En una sociedad donde la cultura y el conocimiento se transmiten de manera prioritaria a través del libro, el autor, el que imprime, se encuentra en una posición privilegiada respecto al que lee; lo que está en los libros es la autoridad y lo que perdura; lo que tiene mayor capacidad de transmitirse y conservarse. El libro, como soporte de la palabra escrita, promueve un tipo de comunicación unidireccional y unilateral y tiende a limitar el universo de los que participan en un debate a esa minoría que accede a publicar. Allí donde el libro es hegemónico, la distinción entre cultura de elite y cultura popular tiene pleno sentido.
Con la aparición de la pantalla del televisor y de la radio, la palabra escrita tiende a perder la hegemonía frente a la palabra dicha. Los medios audiovisuales permiten fijar, registrar, conservar y transmitir la palabra hablada. Se trata de algo así como un retorno a la hegemonía de la oralidad pero con una capacidad de difusión y de incidencia multiplicada, infinitamente mayor que la del libro. La aparición de los medios audiovisuales trastoca, en este sentido, la posición, el valor y la función de lo oral en nuestra sociedad. Si tradicionalmente la palabra hablada y el discurso –que son la materia prima de la acción y de la política- se caracterizaban por no dejar “huella, ni producto alguno que perdure al momento de la acción” –H. Arendt: La condición humana, p. 191-, la capacidad de los nuevos medios de registrar y reproducir el sonido y la imagen supone una revolución. Las grandes palabras y los grandes hechos han dependido siempre, para perdurar, de la narración y de la tradición. Hoy, cuando virtualmente cualquier evento puede quedar difundido en tiempo real y registrado en una memoria digital, dicha dependencia ha quedado definitivamente alterada. El nuevo entorno generado por las tecnologías multimedia, caracterizado por la materialización de lo que solía ser intangible, coincide con la tendencia a valorar cada día más las capacidades psicolingüísticas propia del postfordismo –Paolo Virno. Muchos han querido ver en estos desarrollos la conformación de una sociedad más horizontal y más proclive a la política. No creo que haya tal cosa.
La forma en que se accede al contenido del libro –privada, íntima- es muy diferente al modo en que la palabra hablada se recibe por el televidente/radioyente. Desde luego, tanto la televisión como la radio se prestan a una igualación entre la posición del emisor y el receptor, ya que permiten la interacción y la interlocución. Con la aparición de internet, la palabra escrita y la palabra hablada, en cierto modo, se aproximan por lo que a la capacidad de interacción se refiere.
Esta descripción sintética de las transformaciones que la palabra sufre con la llegada de la pantalla permite decir que los nuevos medios son estructuralmente “más democráticos” o “más igualitarios”. Creo que esto no se puede negar. Sin embargo, de ahí a pensar que los nuevos medios conducen naturalmente –cómodamente, sin proponérselo- a la democratización o la igualdad de nuestras sociedades hay un gran trecho. Afirmar esto sería tan absurdo como decir que una cultura libresca sólo puede dar lugar a un régimen totalitario. Obviamente, es más bien al contrario.
Lo que caracteriza desde el punto de vista de la palabra a la sociedad red es la velocidad de las interacciones. En una cultura de papel –basada en la palabra impresa- el coste de las interacciones es mayor y la velocidad sensiblemente menor. Hoy en día, el contenido de un libro se puede rebatir o ensalzar de manera instantánea con una frase de 140 caracteres. Esto es algo que afecta por igual al libro de papel y al libro digital. La velocidad y la capacidad de incidencia en la sociedad red presenta riesgos muy conocidos: el instantaneismo, la primacía del ingenio, la gracia y la superficialidad sobre la opinión meditada y fundada en argumentos elaborados. Creo que esto es propio de una cultura oral. Sin embargo, no conviene exagerar. También es cierto que la cultura libresca –de papel o digital- ha llegado a hacerse odiosa: lo que podía haberse dicho en un par de folios se ha desparramado sobre cientos de páginas. Prefiero a Borges que a Tolstoi
Pienso que en este debate conviene tener presente algo que no va necesariamente asociado a la escritura, la lectura y el habla. Me refiero al pensamiento y al sentido común. Nuestra capacidad de hacer cosas con las palabras –actuar- depende, por un lado, del ejercicio del juicio, de la facultad de pensar, que es una actividad esencialmente solitaria; por otro, del sentido común, que es fruto de una actividad política. Lo uno sin lo otro puede ser nefasto.
2. En relación con la cuestión de la vulnerabilidad y de la facultad del lenguaje como condiciones humanas básicas y diferenciales, quiero introducir algunas ideas elaboradas por Lluis Duch.
Lluis Duch es un antropólogo al que he conocido por medio de Antonio Adsuar. Lo he leído poco pero su enfoque me parece muy valioso. Duch relaciona la vulnerabilidad característica del ser humano con el lenguaje y con lo que llama “estructuras de acogida”. El ser humano nace inmaduro, indefenso, indeterminado, amorfo –Gehler dice: “nacemos demasiado pronto”. Esta incompletitud natural hace necesarias una serie de estructuras de acogida como la familia, la ciudad, la lengua, la comunidad, la amistad, el cariño, el amor, la religión… Son estructuras de acogida porque reciben, sitúan y orientan al recién llegado en el mundo y lo acompañan siempre a lo largo de su vida. Una de nuestras debilidades y también nuestra mayor prerrogativa como seres humanos deriva del hecho de que nunca llegamos a conformarnos definitivamente y que nuestra identidad y nuestro lugar en el mundo están siempre, en cierto modo, en construcción. Las estructuras de acogida no son ni puramente culturales ni puramente biológicas. Lo que quiero destacar es, como dice Duch, que son necesarias para “gestionar la contingencia”.
Propongo pensar en la acción política como el conjunto de iniciativas dirigidas a dar forma, constituir, proteger, transformar algunos aspectos de las estructuras de acogida. Lo interesante de la acción política es que ella misma se puede considerar como una estructura de acogida. Es probable, incluso, que actuar políticamente junto a otros sea uno de los modos en que los seres humanos pueden dotar de sentido a sus vidas. Si Arendt está en lo cierto, la ineficacia de nuestras estructuras de acogida está relacionada con la pérdida de la capacidad de transmisión entre generaciones y también con nuestra creciente dificultad para amar el mundo. Nos encontramos atrapados en un círculo vicioso: la misma insatisfacción que nos provoca el mundo nos impide amarlo y cuidarlo; y allí donde no hay nada que conservar la transmisión –tradición- carece de sentido. En cierto modo, la política moderna se ha caracterizado por su rechazo de la tradición, y por el intento de sustituir la tradición por nuevas prácticas. El problema con que nos encontramos ahora es que nos hemos quedado sin la protección de la tradición y sin la capacidad política necesaria para instaurar –fundar, refundar- nuevas tradiciones. Vivimos en sociedades en las que, a fuerza de insistir en la autonomía individual y de negar el carácter histórico de la vida humana –tanto en su dimensión cultural como en su dimensión biológica- hemos perdido ciertos anclajes con el mundo.
No defiendo una vuelta a la tradición ni ninguna suerte de neoluddismo. Sin embargo, me parece necesario mirar a nuestro alrededor sin lentes deformantes, sin prejuicios, sin miedo, a fin de ver con la mayor lucidez posible y recuperar nuestra capacidad de nombrar las cosas, de discriminar y de unirnos a otros –en la ciudad, en la escuela, en la familia, en el puesto de trabajo… Allí donde las estructuras de acogida están debilitadas o resultan odiosas, la primera tarea política consiste en reconstruirlas o destruirlas y crear otras nuevas.
En Le città invisibili, Marco Polo responde a Kublai Khan:
“L’inferno dei viventi non è qualcosa che sarà: se ce n’è uno, è quello che è già qui, l’inferno che abitiamo tutti i giorni, che formiamo stando insieme. Due modi ci sono per non soffrirne. Il primo riesce facile a molti: accettare l’inferno e diventarne parte fino al punto di non vederlo più. Il secondo è rischioso ed esige attenzione e apprendimento continui: cercare e saper riconoscere chi e cosa, in mezzo all’inferno, non è inferno, e farlo durare, e dargli spazio”.
Italo Calvino, Le città invisibili, 1972.
Esta es una buena aproximación a lo que significa ‘actuar políticamente’: es ‘arriesgado y demanda atención y aprendizaje continuos’; exige buen juicio para discriminar entre lo que es infierno y lo que no lo es, ‘para hacerlo durar y darle espacio’. Puesto que no podemos huir del mundo –‘el infierno de los vivos’- ni destruirlo sin perecer, Marco Polo propone tener los ojos bien abiertos y la conciencia alerta para no alimentar al infierno con nuestros actos y nuestra vida, para no convertirnos en parte de él ‘hasta el punto de no verlo’.
Actuar políticamente sólo tiene sentido desde la condición de ser humano completo, concreto y localizado. Es decir, implica no dejar de ser padre/madre, hombre/mujer, trabajador/a… Carece de sentido “dedicarse a la política” porque la política carece de contenido. La política es una forma particular de articularse con otros para hacer frente a la contingencia. Ahora mismo, actuar políticamente es urgente si queremos refundar nuestras estructuras de acogida. El papel de las TIC siempre será instrumental. El problema de carecer de una visión política es que nosotros acabemos siendo instrumentalizados a través de las TIC.
10 febrero, 2014 a las 11:20 #7252idea21
ParticipanteHola a todos!
Me he presentado hace poco en este espacio, que he conocido precisamente por una lectura de «Sociofobia» que he incluido en un blog que uso, principalmente, para mi propio aprovechamiento.
La reseña sobre «Sociofobia» que he incluido la semana pasada es bastante extensa y, además, no se centra en el asunto de las nuevas tecnologías, sino que me he interesado sobre todo por las nuevas iniciativas anticapitalistas que Rendueles explica. http://unpocodesabiduria21.blogspot.com.es/2014/02/sociofobia-2013-cesar-rendueles.html#comment-form
Digamos que por eso me ha interesado en este hilo sobre todo el último comentario de José Luis.
«Propongo pensar en la acción política como el conjunto de iniciativas dirigidas a dar forma, constituir, proteger, transformar algunos aspectos de las estructuras de acogida. Lo interesante de la acción política es que ella misma se puede considerar como una estructura de acogida. Es probable, incluso, que actuar políticamente junto a otros sea uno de los modos en que los seres humanos pueden dotar de sentido a sus vidas. »
Confieso que mi propia idea de «política» tiene más que ver con formas de coerción: promulgar y hacer cumplir las leyes (tanto da que sean las leyes de la Unión Europea como que se trate de las que impone la Camorra en Nápoles), pero aunque lo reduzcamos al término más amable de «sociabilidad», lo que me interesaba sobre todo en el libro de Rendueles era lo que tenía que ver con la «ética del cuidado». Desde luego, no simpatizo mucho con el «retorno de la tradición»
«Actuar políticamente sólo tiene sentido desde la condición de ser humano completo, concreto y localizado. Es decir, implica no dejar de ser padre/madre, hombre/mujer, trabajador/a… Carece de sentido “dedicarse a la política” porque la política carece de contenido. La política es una forma particular de articularse con otros para hacer frente a la contingencia. »
A mi modo de ver, esto no es acertado, porque el objetivo del progreso social (acabo de leer un libro, por cierto, que dice que «progreso» es una idea supersticiosa…) debería ser encontrar una correspondencia entre la vida pública y la vida privada, o, mejor aún, que no haya diferencia entre ambas. En ese sentido, el objetivo es que desaparezcan los roles sociales y la humanidad sea una mera suma de individuos (obviamente, no conflictivos, ya que es la conflictividad la que nos exige organizarnos en estructuras y sus correspondientes roles).
A mi modo de ver, la única salida es promover cambios culturales mediante mecanismos «religiosos», es decir: la política cambia la cultura mediante cambios de tipo legal (coerción) y la religión cambia la cultura mediante invenciones de tipo simbólico (psicológico). Política y religión siempre han ido unidos (de ahí la mención de Rendueles, en su libro, al «hombre bueno» del marxismo), por lo que el ideal sería, entonces, el hallazgo de la «religión pura»… una idea que yo encontré en un libro tan antiguo y tan bonito como este http://unpocodesabiduria21.blogspot.com.es/2013/03/vida-de-jesus-1863-ernest-renan.html#comment-form obra de un erudito que era también un ex sacerdote convertido en ateo
Entiendo que este tipo de ideas pueden parecer extravagantes a primera vista, pero en tiempos recientes se han llevado a cabo investigaciones serias acerca de los mecanismos psicológicos de la religión, que son, al fin y al cabo, los mismos que nos dicen por qué fracasó el proyecto del «hombre nuevo» marxista y cuáles han sido las corrientes de pensamiento que nos han llevado hasta los cambios culturales recientes.
Obviamente, las nuevas tecnologías no van a ayudar ni a dificultar pasos que vayan a darse a este respecto, no más en la medida en que el surgimiento de los periódicos o la televisión. Es lógico, por lo demás, que la gente siga pensando que las transformaciones de tipo político (sea hacer política a través de los parlamentos, los grupos de presión callejeros o mediante la insurrección armada…) tienen que seguir siendo el principal instrumento de cambio social. Una idea contraria me parece a mí demasiado nueva, pero, al menos, me interesa que se discuta un poco el asunto porque cuando se escribe sobre la «ética del cuidado» o sobre «estructuras de acogida» me parece que estamos vislumbrando los límites que para los cambios en la sociabilidad tienen los sistemas tradicionales de participación.
Es decir: queremos cambiarnos a nosotros mismos para vivir mejor en sociedad (es decir, para confiar más en nuestros semejantes y, en consecuencia, cooperar más eficazmente) pero ya sabemos que eso no puede depender más de un cambio en el poder político y menos todavía en el voluntarismo. Sin embargo, cuando queremos mejorarnos a nosotros mismos muchas veces vamos a terapia de pareja para mejorar nuestra relación, o a terapia para adelgazar o dejar de fumar… ¿A nadie se le ha ocurrido que ese tipo de «terapias» masivas es a lo que se dedican las religiones, solo que de forma irracionalmente tradicional? De hecho, todavía hoy cualquier conversión religiosa (por extrema o extravagante que sea) es siempre más efectiva para convertir en inocuo a un criminal violento que toda la legislación penal, penitenciaria y los sofisticados tratamientos de «reinserción»…
¿No valdría la pena pensar mucho en ello? La «ética del cuidado» que promueve Rendueles en «Sociofobia» me ha parecido entender que dependería de meras «relaciones de compromiso» y yo sigo sin entender cómo estas relaciones no iban a ser totalmente arbitrarias y contingentes al carecer de una base psicológica (cultural)
Aquí me cito a mí mismo y cierro ya porque temo que algunos puedan pensar que me estoy saliendo del tema central del libro «Sociofobia»:
«Es del mayor interés subrayar que la religión puede ser apolítica (tanto como puede ser atea), y que, con seguridad, la única religión futura que podría cumplir la esperanza socialista del “<b>hombre nuevo</b>” (no cambiando la estructura antropológica del individuo, sino manipulándola de forma racional y eficiente) tendría que ser de tipo racional, e independiente de las coacciones políticas (es decir, de las coerciones físicas de tipo legal –y penal- que son las que caracterizan “lo político”). Entre los efectos de este cambio cultural se encontrarían también, por supuesto, las “<b>relaciones de compromiso</b>” o normas cívicas propias de la “<b>conducta instrumental</b>”, menos dependientes de la motivación (algo que recuerda al “Proceso de civilización” que describe Norbert Elías en su libro). Se trataría entonces de encontrar la “religión pura” (“pura”, en tanto que sin implicaciones políticas) capaz de servir de herramienta psicológica para el cambio cultural profundo. ¿No sería ésa quizá la auténtica alternativa al conformismo con el capitalismo y a la “<b>sociofobia</b>”?, ¿y no podría ser ése un proyecto ilusionante para las nuevas generaciones de jóvenes idealistas, que nunca faltan?
Una reforma cultural en el sentido de la “religión pura” permitiría resolver el problema de la motivación para el altruismo también en el sentido que el autor de “Sociofobia” parece identificar erróneamente con una visión incompleta del “<b>dilema del prisionero</b>”
http://unpocodesabiduria21.blogspot.com.es/2014/02/sociofobia-2013-cesar-rendueles.html#comment-form
Muchas gracias por vuestra atención
11 febrero, 2014 a las 12:21 #7270jose luis
ParticipanteBienvenido de nuevo. Es muy estimulante que nuevos participantes se unan al debate.
El tema de Sociofobia da para mucho porque no trata de cuestiones académicas sino que apela a nuestra razón práctica. Todos estamos más o menos de acuerdo con el diagnóstico sobre la situación del mundo y con el análisis de nuestro lugar en el mundo. La cuestión aquí y ahora es: ¿qué hacer? ¿hacemos algo o nos dejamos llevar por la deriva?
Pienso que podemos llegar a estar de acuerdo en lo básico o, incluso, que ya lo estamos sin saberlo. De hecho, ¿qué es la política sino una religación sin dios? Identificar política, ley y violencia no me parece adecuado. Cuando yo hablo de política insisto en diferenciarla de la acción de gobierno. La ley y la violencia pertenecen de lleno a las relaciones verticales propias de la esfera de gobierno. En cambio, la actividad política se caracteriza por la igualdad o, como se diría hoy en día, por la horizontalidad. Yo sostengo que la acción de gobierno en las sociedades animales es inevitable. En cambio, la constitución de una esfera política es sólo una posibilidad específicamente humana.
Planteas como un objetivo “que desaparezcan los roles sociales y la humanidad sea una mera suma de individuos (obviamente, no conflictivos…)”. Esta me parece una pretensión muy poco realista ya que exigiría modificar la condición humana. ¿Cómo podría ser la humanidad una yuxtaposición de seres sin roles, sin rasgos diferenciales, sin posiciones relativas, sin intereses, sin responsabilidades –hacia los demás, hacia el mundo, hacia sí mismos…? ¿O cómo sería posible una humanidad sin tradición? La especie humana es el resultado de una evolución biológica y cultural. Sin tradición no existiría cultura y cada generación debería descubrir el fuego y la rueda. Uno puede aborrecer la tradición recibida y rebelarse contra ella, lo que resulta más problemático es pretender no transmitir nada; es como “lavarse las manos”. Creo que ese es uno de los problemas con que nos encontramos: despreciamos el mundo hasta tal punto que no queremos asumir la responsabilidad de conservar ni de transmitir nada. Actuar políticamente, tal como yo lo concibo, supone asumir la responsabilidad por el mundo –por el entorno más próximo-, intentar mejorarlo e instaurar los mecanismos de transmisión a los recién llegados. En mi entorno hay unos cuantos recién llegados –hijos, sobrinos, ahijados…- ante los que debo responder algo inteligible. Confieso que no es fácil pero no me da miedo.
En nuestra situación actual, quien pretenda liberarse de la opresión del sistema capitalista de mercado no encontrará la solución recurriendo a la rebelión armada ni votando a un partido antisistema. Yo no creo que sea posible cambiar el sistema como un todo. En cambio, creo que uniéndome a otros –políticamente- podríamos llegar a constituir un espacio y a tramar una serie de estructuras de acogida más o menos al margen del sistema. Sólo aspiro a eso. En este sentido, la iniciativa política consiste en una pequeña secesión, local, que vincula a unos pocos. Efectivamente, esto se puede parecer a una secta o una mafia y, con toda seguridad, podría acabar convirtiéndose en una religión o en un estado. Son los riesgos de la acción.
Saludos,
José Luis Martínez
12 febrero, 2014 a las 10:59 #7274idea21
ParticipanteMuchas gracias, José Luis, por tu respuesta. Entiendo que hoy en día muchas personas quieren participar en la mejora de su entorno y que por eso tienen que depender de los caminos ya conocidos, y que la especulación sobre caminos nuevos tiene que forzosamente hallarse alejada de las posibilidades de acción.
«Identificar política, ley y violencia no me parece adecuado. Cuando yo hablo de política insisto en diferenciarla de la acción de gobierno. La ley y la violencia pertenecen de lleno a las relaciones verticales propias de la esfera de gobierno. En cambio, la actividad política se caracteriza por la igualdad o, como se diría hoy en día, por la horizontalidad»
Considerar «política» solo a las relaciones de «igualdad» supone excluir de la política a todo lo referente a la lucha por el poder (el de promulgar y hacer cumplir las leyes). Eso nos da una definición de política muy discutida.
«Yo no creo que sea posible cambiar el sistema como un todo. En cambio, creo que uniéndome a otros –políticamente- podríamos llegar a constituir un espacio y a tramar una serie de estructuras de acogida más o menos al margen del sistema. Sólo aspiro a eso. En este sentido, la iniciativa política consiste en una pequeña secesión, local, que vincula a unos pocos. Efectivamente, esto se puede parecer a una secta o una mafia y, con toda seguridad, podría acabar convirtiéndose en una religión o en un estado. Son los riesgos de la acción»
Quizá lo más valioso de este tipo de acciones de tipo social -o político- sería que ayudaría a conformar un cambio cultural. El otro día reseñé en mi blog un libro que hablaba de estas cosas, que sin duda conocerás (u otros parecidos)
http://unpocodesabiduria21.blogspot.com.es/2014/01/la-via-2011-edgar-morin.html#comment-form
Habría que definir con exactitud que entendemos por esas «estructuras de acogida» y qué efectos y qué caminos de participación abren. Porque si conceptos a los que se da una importancia tan grande quedan mal definidos, las posibilidades de la acción se diluyen. Actuar «políticamente» dentro de «estructuras de acogida» y, además, sin participar en la lucha por el poder político -Gobierno, ley. capacidad de coaccionar a los infractores- da la impresión que representa una modesta capacidad de influir en un cambio cultural. Supongo que te estás refiriendo a «organizaciones no gubernamentales», «grupos de presión» reivindicativos y cosas por el estilo. Pero incluso para que funcionen como «religión», «secta» o incluso «mafia» (aunque la mafia se caracteriza por la coacción violenta: la mafia no es más que un sistema de gobierno primitivo) requeriría de una ideología.
«¿Cómo podría ser la humanidad una yuxtaposición de seres sin roles, sin rasgos diferenciales, sin posiciones relativas, sin intereses, sin responsabilidades –hacia los demás, hacia el mundo, hacia sí mismos…? »
Precisamente, lo interesante de una humanidad sin roles sería que los rasgos diferenciales no vendrían dados por la estructura social dada (que nos hace uniformes dentro de cada rol) sino por la privacidad psicológica, y las responsabilidades no serían las asignadas por el rol, sino las que derivan de la propia ética privada. El ejemplo clásico son las relaciones familiares de tipo afectivo y no jerárquicas (amor conyugal, hermandad, etc), es decir, un viejo ideal humano. ¿Que no es realista? Bueno, para un hombre del siglo XVII tampoco podía ser realista el sufragio universal, la igualdad entre el hombre y la mujer, o el fin de la esclavitud de los africanos.
«Sin tradición no existiría cultura y cada generación debería descubrir el fuego y la rueda.»
Pero la tradición es el pasado, y no hay por qué rendirle culto. La tradición es útil porque nos ha transmitido innovaciones cognitivas… pero estas mismas innovaciones hacen prescindible la tradición. Además, de las tradiciones heredadas nos llegan innovaciones positivas y otras siguen siendo auténticos lastres. Muchas de las tradiciones, por lo demás, tienen un origen instintivo, como es el caso de la dominación masculina, la violencia política, el nacionalismo (o grupalismo) o la propiedad privada (de los medios de producción… solo a partir de cuando tales medios llegaron a existir).
Si creemos en el humanismo (y hay quien no cree) tenemos que entender que el ideal es crear un entorno humano de extrema confianza donde ya no tengamos que depender ni de las estructuras políticas ni de las tradiciones, y solo de nuestra propia racionalidad… La racionalidad debe incluir también organizar un control racional a nuestros instintos irracionales (esto es, fundamentalmente, la función de la «cultura»). Por eso hago la comparación con «ir a terapia»: un matrimonio desgraciado puede tener la idea racional de asumir su incapacidad para asumir el control de sus instintos irracionales (posesivos, agresivos, egoístas)… y entonces acude a algún tipo de iniciativa de ayuda. Los alcohólicos lo hacen en los «Alcohólicos anónimos». Pero nadie lo hace en lo que tú probablemente llamas «política»: es decir, las iniciativas para mejorar nuestras relaciones sociales. La tradición ha utilizado la religión para muchas de estas funciones, pero, como toda tradición, no es totalmente racional. El socialismo, de vez en cuando, y muy demagógicamente, ha gustado de hablar de «cambiar la vida» o «crear un hombre nuevo», pero nunca ha profundizado en la importancia de cambiar realmente el mundo emocional del individuo como la religión lo ha hecho.
Un ejemplo que puede servir de lo que digo, un poco como reducción al absurdo, fue la propuesta que hizo el famoso psicólogo conductista Skinner
http://unpocodesabiduria21.blogspot.com.es/2013/12/mas-alla-de-la-libertad-y-la-dignidad.html
Si en lugar de plantearnos «cambiar al individuo» para «cambiar el mundo» (el individuo, como medio para un fin), os preocupáramos por «cambiar al individuo» directamente, el cambio del mundo vendría dado como consecuencia inevitable. Tú me dirás que nadie ya cree en cambiar nada, si acaso por mejorar algunos cuantos detalles (en «Sociofobia» se escribe de eso, y a mí me parece una contradicción) para que haya un poquito de más igualdad y meos abusos, etc. Pero la insatisfacción del «idealista» puede tener valor «evolutivo». Es decir, y éste es mi ejemplo favorito, cuando Norbert Elias habla del «proceso de civilización» se refiere a unos cambios de conducta en las élites de la Edad Media (la «caballerosidad»: aquello que volvió loco a Quijote un par de siglos después) que acaban afectando a toda la sociedad. Puesto que Elias era marxista quiere atribuir este cambio a una serie de trastornos económicos, pero se le escapa que las reglas de control del comportamiento de los caballeros medievales están influidas por la Iglesia. En realidad, los códigos de caballería y urbanidad que se empiezan a difundir en la Alta Edad Media han sido precedidos en más de mil años por las reglas monásticas.
http://unpocodesabiduria21.blogspot.com.es/2013/03/el-proceso-de-civilizacion-1936-norbert.html
En los monasterios se reunían una serie de personas que voluntariamente eran sometidas a técnicas de control de la conducta con miras a un ideal: vivir «como ángeles en el cielo», de acuerdo con la tradición mítica cristiana. Podemos considerar a los monasterios como «Centros de Alto Rendimiento de la Conducta» donde en lugar de aprender a dejar e fumar o beber alcohol, se aprendía a vivir según un alto ideal ético. Para alcanzar el resultado buscado se utilizaban una serie de reglas y estrategias psicológicas (oración, silencio, trabajo, abstinencia, mortificación…). Hoy nos podrá parecer una solemne idiotez, pero si la sociedad mantenía a los monasterios era porque extraía de ellos una guía moral que acabó repercutiendo en toda la sociedad. Sin este esfuerzo concentrado de autoperfeccionamiento nunca se hubieran dado los cambios del «proceso civilizatorio» entre las clases altas de la Edad Media a los que se refiere el señor Elias. El problema, siempre, era el control de la violencia.
Por supuesto, los monasterios no los inventaron los cristianos, sino los budistas, y también fueron los budistas quienes inventaron las «religiones compasivas» a las que debemos el progreso ético. Hay que observar que se trata de cambios que llevaron siglos de tradiciones, traumas, imperfecciones y pasos hacia delante y hacia atrás. La evolución, ni la biológica ni la de las culturas, nunca es un proceso fácil.
Ahora lo que nos faltaría sería la creación de «Centros de Alto Rendimiento de la Conducta» totalmente racionales y despegados de las tradiciones. Eso no se está haciendo en ninguna parte. Lo sé porque Peter Singer tuvo la amabilidad de responder a una consulta mía en este sentido y me dio una respuesta negativa. Dudo que él no estuviera informado al respecto de ser de otra manera. También me comentó que él no simpatizaría con una iniciativa de ese tipo porque supondría el aislamiento de los actuantes con respecto de los problemas sociales: lo mismo decía mucha gente hace mil años sobre las instituciones monásticas (¡pero si no hacen nada!). Solo hoy contamos con la perspectiva suficiente para comprender que los cambios cognitivos no se producen con facilidad, que no basta con el voluntarismo ni con el buenismo.
Y tampoco se producen espontáneamente.
Para quien esté interesado en «actuar» ahora, sin duda, solo podrá elegir los caminos que ya existen. Pero este espacio de Internet, al menos, está abierto a la especulación que es previa a la acción…
Muchas gracias por vuestra atención.
16 febrero, 2014 a las 22:19 #7276
Eugenio-NavarroParticipanteHola a todxs,
Me parece excelente la propuesta de José Luis (“Propongo pensar en la acción política como el conjunto de iniciativas dirigidas a dar forma, constituir, proteger, transformar algunos aspectos de las estructuras de acogida.”), pero siempre alejando la acción política del dirigismo, de todo idealismo -desde el platónico al ilustrado- en cuya configuración apriorística -¡y eso que tantas veces los ideales se han autoproclamado universales!- nunca lograremos ponernos de acuerdo. Creo que esas “estructuras de acogida” son la clave (usando un símil muy informático: fabricar un buen hardware para que el software sea indiferente), pero hemos de tener en cuenta la advertencia que lanza el propio Rendueles al criticar una de las bases del ciberoptimismo: habla de “una visión estrictamente procedimental de la libertad comunicativa” (p. 79) para señalar que tal vez no es requisito suficiente que el conocimiento se contruya en colaboración desinteresada para que ese conocimiento sea el que más conviene a quienes lo elaboraron. Como siempre en este tipo de reflexiones, es muy complicado sacar una conclusión clara, y el exceso de racionalización nos llevará a un callejón sin salida. Tal vez esta debilidad subraye esa pérdida de tradiciones, de anclaje en el pasado, que señala José Luis, aunque yo creo que nuestra posibilidad de percibir sobre qué formas del pasado nos estamos sustentando, es mínima. Quizás por ello Idea21 (a quien doy mi más cordial bienvenida), según he entendido, considera imposible buscar en formas pasadas una base para las futuras, y así toca un punto clave en el planteamiento sobre el qué hacer para dar un giro hacia la mejora de nuestro futuro: estoy muy de acuerdo con los puntos principales de su reflexión (me resulta muy atractivo su «entorno humano de extrema confianza»), pero creo que trata de sostener el cambio por medio de una herramienta equivocada. Mi argumentación gira contra ese empeño en que el «mejor ser humano posible» deba pasar por su transformación cognitiva, un nuevo ser humano, como si no hubieran existido épocas y lugares anteriores donde los humanos convivían en paz y armonía entre sí y con la naturaleza; resulta curioso y ciertamente inquietante, que aquello que la política protestante arrebató a gran parte de la humanidad a partir del siglo XVI (el carácter comunal de su vida cotidiana), vaya a devolvérselo ahora gracias a <i>su</i> ciencia psicológica, la que le ha servido de guía para la depredación y el expolio, sobre todo durante el XX.
La mirada hacia el pasado no consiste en ese retroceso hacia el caos con el cual nos amenaza el capitalismo desde sus orígenes, su estrategia sistemática de borrar todo rastro de anterior vida colectiva, de economía autónoma y solidaria que (¿son ironías del destino?) hoy la humanidad reclama con mayor ahínco que nunca, desde el cuerno de África hasta los aledaños de Wall Street; aquel bienestar pacífico y popular del pasado, que no cree ni confía ya en este desmesurado -y denostado- progreso. No debemos perder de vista (porque además son básicos en la formación marxista de Rendueles) que <i>Sociofobia </i>está compuesta sobre dos pilares: la denuncia del historicismo y la predeterminación economicista; no podemos analizar -y comprender- este ensayo sosteniendo, como hace Idea21, que la dominación masculina, la violencia política o la propiedad, tienen “origen instintivo”, porque esto no es del todo cierto: son consecuencias históricas del desarrollo económico de la humanidad, tal como lo demuestra, por ejemplo, el hecho de que hayan existido civilizaciones humanas donde no se daban esas tres “condiciones”, y han sido civilizaciones supervivientes hasta bien avanzado el siglo XX.
<span style=»font-family: Tahoma,sans-serif;»>Con todos mis respetos hacia lo expuesto por Idea21, personalmente me cuesta mucho asimilar un proyecto político construido sobre cualquier teoría de corte conductista, pues creo que si la psicología pudiera llegar algún día a aportar modelos de construcción de seres humanos (considero que su utilidad científica termina donde acaba el análisis del ser humano tal y como está construido <i>en un momento determinado</i>), debe trazarse -a mi juicio- desde la óptica constructivista (me apoyo subrepticiamente en la cita a Lluís Duch: estamos en constante construcción). Las teorías de Skinner sirven para explicar reacciones, pero no para inducirlas (no bajo utilidad científica; sí es posible bajo interés inconfesable…); toda su aplicación para estimular el consumo, crear opinión pública o convencer a las masas, ha tenido un éxito inmediato, pero relativo, y cualquier uso que se haga con el fin de fabricar colectividades humanas corre el peligro inminente de convertirse en proyecto totalitario, como lo demuestra el uso que se hizo del fundamento psicologista en las terapias económicas neoliberales que practicó Milton Friedman en el Chile de Pinochet, con las consecuencias por todxs conocidas. Si creemos que la ciencia puede ser la guía del cambio estamos confiando en aquello que más acentúa lo que José Luis señala como clave de la experiencia humana: nuestra vulnerabilidad. La imagen que del mundo se tenía en gran parte de occidente -incluso para mucha población explotada del resto del planeta- en 2005, era una débil ilusión, un anuncio publicitario, una megaestructura idílica de la cual muchxs aún no han despertado; la ciencia ha contribuido a elaborarla, pero ahora no puede mantenerla.
No obstante, tampoco veo que el giro religioso que plantea Idea21 pueda servir para mejorar la sociedad, pues si bien es posible que distintos individuos que en su intimidad mantienen una relación religiosa con la naturaleza y pueden unirse en un proyecto común comprensivo y respetuoso y formar una comunidad sostenible, no veo manera de extender este sistema sin caer en el dirigismo, la manipulación y la coerción de unas conciencias sobre otras: las conclusiones políticas, científicas y religiosas se transmiten a través de dogmas -cuya total comprensión suele derivar en la disidencia- en los cuales no hay cabida para lo que entiendo por socialización (diría que se convierten en cosas objetivas que escapan al control humano y son inmunes a su interés cambiante). Aunque si hablamos de combinar las metodologías política, científica y religiosa, en la consecución de un sistema más abierto y enfocado hacia esas estructuras de acogida, de apoyo mutuo, o a la ética del cuidado, tal vez sí que el compromiso pudiera ser definido en base a la realidad económica, que al fin y al cabo es la que cimenta el resto del edificio. Porque, como señala José Luis al evaluar lo que ocurre con la palabra al entrar en el mundo-red de la pantalla -si he entendido bien-, los nuevos medios van a cambiarnos sin necesidad de que nosotrxs pongamos empeño en hacerlo, de manera que no se trata de dirigirlos: no hay que poner la energía en conducir a la nueva humanidad por el camino que creemos correcto (esto generará conflictos y enfrentamientos, seguro que incruentas guerras), sino de tomar la aptitud adecuada, de tolerancia, respeto y conocimiento, para que ese cambio que nos venga dado nos lleve a mejor puerto. Espero que no se interprete que hablo desde el determinismo, pues considero que ya tenemos suficiente ejercicio de libre albedrío con prepararnos para los nuevos medios que nos vienen dados de nuestra actividad económica; como señala la tradición judía: lo mejor que un ser humano puede hacer por su comunidad es cultivar su propia conciencia.
Creo que Rendueles no trata de encontrar (ni de que encontremos) un sistema mejor que el presente, sino que su propuesta es que no perdamos de vista los factores que determinan que el sistema que debamos soportar sea lo más adecuado al interés general. Habla de los RUC (recursos de uso común), y sobre ellos debemos abrir la reflexión práctica: cómo evitar este despilfarro público y privado que permite que haya al unísono superproducción y escasez, excedente y hambre; cómo lograr un mejor aprovechamiento de los medios, dado que el uso privativo de determinados recursos (como “lavadoras o taladradora”; cito la intervención de Carmen Madorrán que ayer presenciamos en el Instituto de Transición Rompe el Cïrculo, cuyo vídeo enlazaré cuando sea publicado, por su pertinencia con este asunto) reduce ostensiblemente la ratio entre su vida útil (sin entrar en cuestiones de obsolescencia programada…) y la rentabilidad que extraemos de ellos, derivando en una infrautilización crónica. Dice Rendueles: “Los </span><span style=»font-family: Tahoma,sans-serif;»><i>commons </i></span><span style=»font-family: Tahoma,sans-serif;»>son los recursos y servicios que en innumerables sociedades tradicionales se producen, gestionan y utilizan en común. Pueden ser pastos o cultivos, recursos hídricos, bancos de pesca, la caza, tareas relacionadas con el mantenimiento de los caminos, la siega, la alfarería o el ciudado de las personas dependientes… Ha recibido un sinfín de nombres a lo largo de la historia: común… En la teoría social contemporánea se suelen denominar recursos de uso común (RUC).” (108). Naturalmente, Rendueles critica también que esta posibilidad nos haga volver a caer en el ciego optimismo, y advierte: “Quien considere que la economía de los recursos comunes es compatible con las sociedades complejas tiene que sostener al mismo tiempo que existen normas relativas a la provisión, distribución y supervisión de bienes comunes compatibles con un grado alto de anonimato y de fragilidad de las relaciones sociales empíricas.” (113). Desgraciadamente, hemos creído caminar hacia la Sociedad de la información y el conocimiento, cuando, como señala Michael J. Sandel (vuelvo a citar a Carmen Madorrán), sólo sufríamos una metamorfosis de la Economía de Mercado a la Sociedad de Mercado; y además, tenemos que desprendernos de esa paradoja forzada por el sistema consumista que nos hace creer que somos cada día más autónomos cuando el ejercicio del individualismo no es más que una ficción en un mundo cada día más interdependiente. Creo que en este sentido volvemos a confundir la evolución del ser humano con los avatares de las condiciones económicas: naturalmente que influye el desarrollo de los individuos (aunque muchas veces se confunda el crecimiento personal que la adecuación al sistema), y la mejora de las partes mejora el todo; pero no debemos caer en el error de considerar que de la sociedad en su conjunto -incluidos los excluidos- pueda tirar un pequeño grupo de superhombres. No se trata de que cada cual se prepare para no perder el tren de la historia, porque incluso las comunidades ya extintas seguirán viajando en él.</span>
<span style=»font-family: Tahoma,sans-serif;»>Es claro que el ciberoptimismo está fundamentado en la creencia -como señala José Luis- de que el uso de las TIC será suficiente para socializar al individuo, para desarrollar el animal político que llevamos dentro sin necesidad de salir de nuestro refugio interconectado (creo que ahí nos queda un sedimento de la noción de la telépolis de McLuhan que hemos heredado). Pero a mí me parece que Rendueles deja abierta en <i>Sociofobia </i>una ventana hacia la esperanza, hacia una sociedad, no de individuos distintos -aunque probablemente más concienciados, con una educación más libre y autoconsciente-, sino de colectivos diferentes, principalmente organizados en torno al consumo de recursos comunes, un consumo que no puede dejar de ser más sostenible, más eficiente, más responsable, más satisfactorio y, finalmente, más humano, que el que actualmente padecemos, lacra no tanto por sus imperfecciones como por su ubicuidad.
Saludos.
-
AutorEntradas
- Debes estar registrado para responder a este debate.