Respuestas de foro creadas

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  • #8701
    negritasycursivas
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    Para empezar con la cuestión que plantea María: La selección de títulos es sólo parte del trabajo que debe hacer un editor, y sí, debería estar suficientemente preparado para hacerlo bien (en su campo). En muchos casos, que guste a mucha gente no hace un texto más pertinente, interesante o perdurable. Basta con ver qué se vendía a espuertas (o como pan caliente) hace cincuenta años, para darse cuenta de ello.

    En el caso de la litertura, el problema, creo yo, de la autopublicación es que puede convertirse en un generador de  «ruido» que haga todavía más difícil que las obras valiosas consigan tener visibilidad. No creo que el valor esté en la aceptación masiva de un texto.  Se entremezclan dos cuestiones al preguntarse qué vale la pena ser leído y qué es valioso o bueno. Las novelas no literarias me parecen muy legítimas, vale la pena leerlas, aunque repitan unos mismos esquemas, no aporten ninguna noveda, etc, etc.  Es como en el caso de «Its only rock´n´roll (but I like it)». El único modo de diferenciar lo bueno de lo malo es siendo un buen lector (cosa que, no digo que sea fácil, pero algunos sistemas educativos no parecen fomentar), haber leído mucho, tener una formación y una curiosidad amplias…, y eso tampoco garantiza el acierto. En este sentido el mejor juez es el tiempo, porque considero acertada la definición de clásico como «aquel texto que es válido para diferentes generaciones», aunque no para todas ellas el valor de ese texto resida en los mismos aspectos o elementos del texto.

    No puedo estar más de acuerdo en que la elección de incluir un título en un sello es una pieza más en un catálogo, y que ese mismo hecho de incluirlo en un catálogo y/o en una colección ofrece unas claves acerca de la propuesta que hace el editor, del valor que está otorgando a un determinado texto.

    En cuanto al editing, la experiencia me dice que sí es necesario. Recomiendo la comparación del On the road original (el rollo) y la edición que hizo Malcolm Cowley para Viking (Anagrama tiene en catálogo ambas). Salvo para filólogos y estudiosos, y al margen de que por cuestiones legales ocultara los nombres propios, me parece que Cowley hizo un muy buen trabajo y que la novela ganó mucho con su intervención.  Casi diría que la hizo comprensible.

    #8055
    negritasycursivas
    Participante

    De entrada, me añado a la felicitación de Antonio por la estupenda y documentada reseña de David Lera, impresionante. Me gustaría sin embargo conocer la opinión acerca del diseño gráfico de Satué de la colección de la Alfaguara mítica, que combinada con el papel que solían emplear era estupendo, pero no estoy seguro de que haya envejecido bien.

    Me centraré en uno solo de los temas que plantea Antonio, en la mirada tan cosmopolita que podía aportar Jaime Salinas a la edición española. Mi impresión es que Salinas era, como Mario Lacruz, un editor que daba todo el protagonismo a los autores y por ello durante tanto tiempo no ha sido objeto de estudio. Todo lo contrario a su partenaire Carlos Barral, por ejemplo. Supongo que es tanto la infancia en una casa rodeada no sólo de libros, sino de la compañía además de los autores de los mismos, añadido sobre todo a su periplo sobre todo por universidades estadounidenses lo que dio a Salinas las herramientas necesarias para llevar a cabo una pequeña revolución en el mundo editorial español, en particular en el ámbito del libro de bolsillo y en la edición de clásicos contemporáneos (e incluso ensayo) en ese formato. En este sentido, el proceso de aclimatación al lado de Barral es seguramente determinante para lo que vendría después. Rompió quizá con una cierta inercia a descartar la edición de cierto tipo de libros en rústica, lo que tuvo un impacto social enorme, y el hecho de contar con el respaldo de una editorial capaz de acometer tiradas muy largas de esas ediciones lo hizo viable. En cierto modosupone en Alfaguara la reinserción de un cierto tipo de cultura, de talante o de modo de hacer, no sé precisarlo, muy propio de la gente de la Residencia de Estudiantes, de la tradición cultural republicana, en un momento de la historia de España en que eso resultaba seguramente muy oportuno y refrescante.

    Uno de los grandes, sin duda, y sí creo que su trayectoria vital, su cosmopolitismo (las lecturas universitarias hechas en EEUU) tuvieron incidencia en su capacidad de mirar con ojos nuevos qué podía hacerse en la edición en España.

    #7284
    negritasycursivas
    Participante

    No estoy seguro de que me corresponda intervenir acerca de un libro que me es tan cercano, pero ni que sea para agradecer el hecho de que haya tenido tan buenos y atentos lectores, creo que estará justificado.

    Me apresuro a aclarar que Mario Lacruz fue quien se ocupó en Plaza&Janés de gestionar el legado de Janés, en el que hay que incluir la colección de Premios Nobel que menciona David. Yal principio  siguió planes ya trazados, y luego no se apartó de sus líneas generales. Me supo mal comprobar (demasiado tarde) que en mi texto definitivo Lacruz quedó muy relegado, así que sirvan estas líneas para paliar en alguna medida ese error.

    Al hablar de editar «mejor» o «peor», hablamos de muchos aspectos, y a menudo  la tapa dura engaña. Nada me parece más burdo, por ejemplo, que ejemplares encuadernados en tapa dura y fresados en lugar de cosidos. En cambio, hay ediciones en rústica con solapas, que incluyen guardas a color y tienen un aspecto estupendo (pienso en RqR, de Esther Tusquets o en los libros de Gadir, por ejemplo). Pero cuando el interior es ilegible, las cajas invaden la página, el interlineado dificulta la lectura, etc., obviamente el libro estará bien encuadernado, pero no bien editado. Editar bien abarca un cúmulo de pequeños detalles. Quiero decir con ello que a veces la tapa dura es solo un pretexto para justificar un precio mayor (de una tirada corta). Hay quien piensa que la tapa dura dignifica el libro. Bueno, yo creo que no por sí sola. La vieja tradición de editar en rústica las novelas «de autobús» (del oeste, policíacas) y en tapa dura la literatura hace tiempo que se puede dar por definitivamente por perdida. Los casos son tan abundantes que no vale la pena detenerse en ello.

    Quisiera de momento apuntar un par cosas. Me parece equívoco plantear una disyuntiva entre libros comerciales y libros buenos. Ahí estamos hablando de textos, no de libros. Y la historia demuestra que los títulos más vendidos (La montaña mágica, la Biblia, La Regenta, el Quijote…) son clásicos y de unas cualidades literarias indiscutidas. La buena literatura no tiene por qué no ser comercial. Me parece el mayor fracaso posible publicar libros birriosos a sabiendas de que lo son, pensando que venderán mucho, y que no se vendan. Hay que buscan un equilibrio, y repito que creo que hay novelas literarias muy vendedoras. En mi opinión, Murakami es un ejemplo muy claro de ello. Y subrayo el hecho de que hablamos de textos porque me desagrada hablar de «libro electrónico», me parece un término muy desafortunado que se aprovecha del prestigio cultural del libro (que es un objeto) para aludir a lo que en realidad no es sino un archivo de texto. A todos nos gusta la lectura, pero a algunos además nos gustan los libros; así de simple, no se trata de una pugna.

    Ciertamente, como también se ha señalado, creo que en la historia editorial pueden encontrarse muchos errores y aciertos que pueden orientar a quien edita hoy. Pero hay que abrir los ojos ante el hecho muy lamentable de que la censura sigue ahí. Seguimos leyendo libros censurados, seguimos reimprimiendo libros con los cortes que le pegó la censura a esos textos. Me consta que a menudo se reimprimen traducciones de libros con los cortes de la censura le aplicó, y eso me parece muy grave. Ahí hay un terreno abonado para los editores, para recuperar esos textos en su integridad, pero, claro, eso supone retraducir algo que, en apariencia, ya está traducido. En el caso de Knut Hamsun se ha hecho. Y en el de Paco Candel. Pero los casos pendientes son numerosísimos, y muchos de ellos afectan a novelas escritas en español. Hay que ir a los informes de censura, a los textos tachados, y restituir los pasajes mutilados. Menciono en el libro el caso de Max Aub (pp. 32-33), pero es un ejemplo entre otros muchos. Y aun así, no es infrecuente que cuando algún audaz editor desea recuperar textos publicados en los años cuarenta o cincuenta recurra a traducciones publicadas bajo censura.

    Abro el libro con lo que parece una verdad incontrovertible, el editor se expresa mediante su catálogo,  con sus luces y sombras, y entendiendo el catálogo no sólo como un listado de títulos y autores, sino de descripciones de libros (formatos, ilustraciones, tipo de encuadernación, prólogos, etc.). Y aclararé que la idea quizás un poco excéntrica de no seguir el orden cronológico respondía a esa idea de señalar la guerra civil como el momento clave en nuestra historia editorial y en la biografía de Janés en particular, en que todo cambió. De no ser por ella, podría haber sucedido que Janés se convirtiera en un gran poeta en lengua catalana y en un editor de primera fila, en catalán. La decisión de regresar enseguida de su breve exilio en París es un episodio poco claro, pero es evidente que podía cumplir la misión que se había asignado mejor en la Barcelona «franquistizada» que en París, México o Buenos Aires. También pesarían consideraciones personales (pues era huérfano de madre desde muy joven y de padre desde 1935; era el cabeza de familia, y la suya seguía en Barcelona).

    No me extiendo más, pero sí quisiera reiterar de corazón mi agradecimiento por estas lecturas tan atentas y meditadas.

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