Respuestas de foro creadas

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  • #14684
    Juan Pablo
    Participante

    Por cierto, va a sonar asqueroso lo que voy a decir pero: «I told y’all!!». Quiero decir, que esa intuición que yo tenía sobre que el término «neoliberalismo» es una ficción es algo más que una intuición, @davidsoto. Dos politólogos lo demostraron hace siete años: http://link.springer.com/article/10.1007/s12116-009-9040-5/fulltext.html

    Básicamente, vienen a decir que sobre «neoliberalismo»:

    1. Ninguno de los autores que emplea el término se esmera en dar una definición precisa. Más que muchas definiciones, en realidad hay muy pocas.
    2. El origen histórico del término es vago e impreciso…
    3. … en general, es un concepto adaptable para cualquier ataque a las políticas relacionadas con los mercados libres (o, si se prefiere, desregulados). «In one very important way, contemporary usage of neoliberalism has changed fundamentally since that period: it no longer denotes a new form of liberalism with specific features and empirical referents, but has become a vague term that can mean virtually anything as long as it refers to normatively negative phenomena associated with free markets. As the term neoliberalism has diffused broadly, nothing has prevented its meaning from drifting even more broadly.»

    Por último, no a todos gusta Juan Ramón Rallo (a mi me fascina, aunque no pueda seguirle en todo), pero su propuesta de que el término viene en realidad de Alexander Rustöw como una propuesta para superar el socialismo y el capitalismo mediante lo que sería hoy una «economía social de mercado» o, para entendernos, la fórmula socialdemócrata de hoy (funcionamiento de mercado más o menos controlado por el Estado, altos impuestos, planificación de la industria, servicios públicos asumidos sólo por el Estado, etc.) suena muy interesante para discutir. Aquí su explicación: http://www.libremercado.com/2016-05-10/juan-ramon-rallo-es-el-neoliberalismo-la-raiz-de-todos-nuestros-problemas-78923/

    Nada más.

    #14614
    Juan Pablo
    Participante

    Estos temas son interesantísimos pues, en efecto, nos conducen una y otra vez a preguntarnos por quiénes somos, una pregunta al parecer imposible de contestar de una vez y para siempre. Fernando Broncano lleva tiempo estudiando estos asuntos y prometo comentarlo (o, quién sabe, reseñarlo) cuando termine de leerlo.

    No obstante –y quizá en esto, Antonio, puedas aclararnos algo, pues tú has leído el libro–, creo que hay cuestiones distintas. Estaría, por un lado, la de la realidad virtual, que sugiere problemas epistemológicos (¿qué es real?). Y, por otro lado, la introducción de máquinas y robots en nuestras vidas, algo a lo que la ciencia-ficción nos ha acostumbrado tanto a ver que, cuando de verdad ocurre (como la noticia de Japón que enlazaba Antonio en su reseña), nos cuesta creerlo para luego asumirlo sin más. No se si los robots se «rebelarán» contra nosotros, pero que ya están empezando a plantear cuestiones éticas es una realidad. ¿Por qué es delito que alguien se meta en tu teléfono sin tu permiso? ¿Qué tipo de delito es?

    #14355
    Juan Pablo
    Participante

    Ok. Conocía el texto de Foucault (no lo he leído). Pero… sigo sin salir de mi circunspección. Si seguimos una línea foucaultiana, «neoliberalismo», entonces, sería una ficción, un artefacto filosófico (en el mejor de los sentidos) e ideológico (en el peor) para pensar una correlación de fuerzas que, presuntamente, determinarían nuestra vida social. Pero, de ser así… valdría cualquier palabra. El liberalismo es la filosofía «de facto» que acompaña al nacimiento de la democracia moderna y es, en sí misma, un campo vastísimo, pero si tiene algo es la preocupación por el sujeto individual. Y pese a que, en el pensamiento Foucault, el sujeto se disuelve, no son pocos los que han visto en un anti-humanismo una preocupación muy seria por el sujeto. Insisto, no he leído ese texto que, seguramente, dará que pensar, como todo lo que escribe Foucault. Pero a no ser que se indiquen actores concretos, decisiones reales e instituciones específicas, venir a decir que el neoliberalismo se ha propuesto cargarse todos los logros civilizatorios ¿no suena demasiado… vacío?

    Me pareció muy interesante la discusión de algunos economistas sobre el libro de William Davies que habla de esto (https://www.academia.edu/8670938/Roundtable_The_Limits_of_Neoliberalism), pues Davies adopta un enfoque «foucaultiano» al hablar del neoliberalismo como el desencantamiento de la política por la economía. Pero si me quedó algo más o menos claro es que, de ser algo, el neoliberalismo sería una filosofía de vida, que puede (o no) acompañar la actividad económica, pero no es ni tiene por qué ser lo que la define. La actividad económica es mucho más amplia que la cuantificación y la tarificación de todo.

    #14350
    Juan Pablo
    Participante

    Tienes razón, David. Campillo no es un pensador posmoderno in toto, pero el tono del libro sí está plagado de un tono posmetafísico y sociológico (al menos, cuando se refiere a la filosofía) que sí suena posmoderno, aunque sea en sentido laxo. El apunte que haces sobre libertades (política, económica) merecería estudiarse, desde luego. Quizá lo que se me enquista es que no termino de tener claro qué es eso del neoliberalismo, ni tampoco si existe. Mi sensación es que es una ficción, un fantasma, un «straw men», y que, en realidad, cuando se critica al neoliberalismo, se están criticando cosas muy distintas (concentración de poder en pocas manos, vida reducida a consumo, vida protocolizada o cuantificada, maleabilidad de las leyes, elitismo) que de liberal tienen poco. Me cuesta entender a qué viene lo del «neo». Pero me suena bien lo que dices del republicanismo y lo que se apunta en esa reseña de Gerardo Muñoz. Sólo que habría que ver o pensar a qué tipo de republicanismo se puede aspirar en un mundo de conexiones abundantes y límites imprecisos, donde las posibilidades para participar en la vida común se multiplican en el espacio (real y virtual).

    #14349
    Juan Pablo
    Participante

    Todo eso que dices, Armando, es muy cierto (yo mismo he dicho, y hasta publicado, cosas parecidas) y… sin embargo… algo no encaja. Pues lo cierto es que criticamos las redes sociales y la vida en internet, pero ahí siguen transformando nuestra vida sin que, aparentemente, nuestras críticas le afecten en lo más mínimo (y, más todavía, ¿nos dejamos permear nosotros mismos por las críticas que hacemos?).

    Obviamente, la capacidad que da internet para crearte una imagen y un perfil a tu gusto son muy amplias, más que en el mundo offline. Y, sin embargo, diera la impresión de que, al igual que en la vida real, la etiqueta y la convivencia terminan por «ordenar» un poco las cosas en internet. Al que grita mucho (CON MAYÚSCULAS, POR EJEMPLO), se le dice en comentarios. El que postea cosas irreales, necesita no sólo «bombear» de irrealidad sus redes sino corroborarlo offline de alguna manera. Un ejemplo para entendernos. Yo puedo ser el especialista nº 1 en la obra de Jeremy Bentham y su aplicación a los problemas políticos contemporáneos, y hacerme autobombo por distintos canales. Pero lo cierto es que, al final, los que me siguen son mis colegas de trabajo (gente a la que veo) y sólo experimentaré una «subida» en mi número de contactos cuando viaje, cuando vaya a congresos, reuniones o encuentros. Es decir, en la red pasa lo mismo que en la vida real. En la vida real hay timadores y fantasmas, en internet también. Y en ambos casos son fáciles o difíciles de detectar, depende de la astucia del tipo.

    Mi sensación es que las redes sociales están transformando nuestra forma de sociabilizar. No sabemos bien hacia dónde, pero sí empezamos a advertir algunos efectos, como ese de conversación abierta o continua que tenemos con amigos y contactos.

    #14287
    Juan Pablo
    Participante

    Muchas gracias @antonioadsuar por tu lectura y por la invitación a colaborar con la web. Por cierto, un ejemplo fabuloso (el de esta web) de lo que es la cooperación voluntaria y pacífica 🙂

    Quise empezar el comentario subrayando los excesos retóricos anti-capitalistas del libro porque me llamó la atención la contundencia del autor en un punto concreto y la seguridad que parece tener en que cualquier lector va a darlo por bueno. Digo, teniendo en cuenta que el tono del libro es más bien posmoderno (no hay discursos privilegiados, los truth-holders son authority-holders, el saber es esclavo de las circunstancias, etc.) no deja de ser llamativa la contundencia y unilateralidad con que esas proclamas son sostenidas. Quizá una demostración palpable de que cualquier pensar nunca se da «en vacío», ni siquiera el pensar que se dice desprejuiciado y libre.

    Evidentemente, sobre este asunto de la globalización se puede hablar largo y tendido, pero es la inquina de Campillo contra «las fuerzas del mercado» lo que me llevó a divisar un punto de partida menos grandioso y más cotidiano para pensar lo global. Al fin y al cabo, el mercado (entendido como intercambio de bienes) no es más que una prolongación de algo muy propio de nuestra condición como es la sociabilidad. Además, curiosamente, de la misma manera que ninguna sociedad valora positivamente el egoísmo (otra cosa es que, de hecho, se de) en el mercado ocurre algo similar. Incluso aunque yo acuda al mercado de una manera auto-interesada y egoísta, si no acierto a vender u ofrecer algo que el otro quiera… adiós, chau, el propio mercado me expulsa. Evidentemente, hay mucho que matizar después de todas estas afirmaciones, pues hablamos en términos ideales, pero el mecanismo básico y elemental es ese.

    Es este tipo de apreciaciones las que me llevaban a preguntar al final si, siendo realistas, no sería algo tan elemental y cotidiano como es el intercambio de bienes en sentido amplio una manera más efectiva de que la globalización sea humana y entendible.

    Es cierto que, en un sentido, el mercado puede ser avasallador, deshumanizante y laminador. Recuerdo cuando, hace ya algunos años, entrevisté a Fernando Méndez Leite (entonces, director de la Escuela de Cine de la Comunidad de Madrid) y nos comentaba lo normal que en los años 50 y 60 resultaba ir a la ciudad y ver cine polaco, francés o brasileño en las salas grandes. ¡Qué extraña resultaba esa experiencia en el 2002 y qué imposible resulta hoy! Hace poco, leyendo un artículo sobre los «valores de Nueva York», su autor comentaba de pasada una experiencia similar al evocar como, siendo NY una ciudad de inmigrantes llena de comercios foráneos, en sus calles hoy dominan cadenas y franquicias 100% USA.

    Pero, en otro sentido, es el mismo mercado el que deja abierta la posibilidad para la innovación y la novedad desde los lugares del planeta más inesperados (véase Estonia y su boom tecnológico). Internet no deja de dar ejemplos a diario de lo que pueden lograr los seres humanos cuando cooperan libremente en torno a intereses comunes (recomiendo vivamente este texto referido a los portales de escritura literaria). La clave, claro, estriba en cómo vivir de ello. Desconfío mucho de los cursos de emprendimiento y startups, pues vanaglorian un modelo de razón y de persona que no es para todos, como bien criticaba @davidsoto en otra reseña. Pero, al mismo tiempo, no deja de asombrarme la capacidad intuitiva y la capacidad de afrontar el fracaso de tantos y tantos emprendedores que, con sus ganas de buscar oportunidades, abren caminos y hacen el mundo más «seguro» (generan trabajo y riqueza) para el resto. Nada de esto excluye la intervención de los Estados, ni mucho menos. Pero sí me lleva a pensar, otra vez, en que, aunque el empresario y/o el emprendedor acudan a otros lugares en busca de beneficio, necesitan conocer los lugares a los que van si es que quieren tener éxito. En Derechos humanos depredados (2008), la noruega Janne Haaland Matláry recomendaba a los empresarios que, ante la incertidumbre moral de qué hacer en otros países, pensaran en los derechos humanos reconocidos en la Declaración Universal y, antes que eso, que fueran kjernekar, esto es, hombres con un centro íntegro, honesto, éticamente sólido. Es decir, que el primer reto de la globalización empieza por nosotros mismos. Pero el segundo, creo, es conocer las fuentes de significado en las otras culturas, la «tradición» aceptada y vinculante (si es que la hay) con la que se confrontan. Y eso, me temo, no se puede hacer sólo estudiando. La capacidad vinculante de una tradición sólo se constata in acto, esto es, viendo si realmente orienta la vida de la gente.

    Es por eso por lo que me chirría la pretensión ilustrada universalista y constructivista que proclama que hay que forjar un discurso mínimo y mundial. Eso sólo adquiere sentido si, efectivamente, no hay tradiciones de fondo que sostengan y orienten la existencia en las distintas culturas del mundo. Pero ¿no las hay acaso? Entiendo que el filósofo, en cualquier lugar del mundo, busca hablar en nombre de «la» razón, y no de «su» razón, y que es en ese sentido en el que Campillo erige su valor en el mundo de hoy. Es sólo que un filósofo que cree que, al estar hablando, sólo habla «la» razón y no además toda una historia y una tradición, se me antoja un ser angelical y fuera de este mundo.

    Necesito leer ese libro de Innerarity que mencionas, que mucho tiempo lleva ya cogiendo polvo en la biblioteca…

    #14246
    Juan Pablo
    Participante

    Un mal movimiento ha terminado por destruir el comentario que estaba escribiendo.

    Resumo: las dos preguntas –muy buenas, as usual— están muy conectadas. La estructura de la red dirige el uso hacia ciertas modalidades de las que no es fácil escapar ni tampoco ser consciente. ¿Educar en el uso de internet? Ok, pero ¿cómo? Los usos más habituales se van a imponer por más pedagogía que hagamos. Quizá podríamos lograrlo pero sólo si, antes, los adultos perfeccionamos el uso que ya hacemos. Para mi, el problema que suscita la estructura de la red es, sí, su velocidad, su fugacidad, pues a medida que la vida humana se desarrolla más y más en internet, pareciera que genera una exigencia constante de generar atención. No vivimos en una época en la que las personas estén dispuestas a subsumirse en un grupo: hoy cada uno quiere ser alguien. Por eso, la pedagogía del uso de internet, para mi, reenvía a un problema más amplio, que es entender quiénes somos y, sólo después, pensar en qué medida internet y los usos que fomenta nos ayuda a ser mejores humanos. Primero la persona, después la herramienta.

    #14134
    Juan Pablo
    Participante

    Muy buenas las dos preguntas que lanza Antonio y muy interesante la propuesta de este libro que, aunque tenga años, por lo que se ve lo que cuenta no ha perdido vigencia. Dos experiencias personales.

    La primera: yo no vivo en Madrid-ciudad sino en un barrio que es del municipio-Madrid pero que está más bien en la periferia y en una zona que, en realidad, está por hacer. Sin embargo, cada vez que «bajamos» a Madrid no puedo evitar la sensación de ir a un gran centro comercial. Y me confieso incapaz de juzgar esta situación: no se si es el propio diseño de la ciudad (al fin y al cabo, se trata de tiendas o locales comerciales que llevan ahí décadas), el afán consumista (que seguro que algo jugará en esa impresión) o la falta de interacción con la ciudad lo que hace que ese primer aspecto es el que nuble la vista (los escaparates, la publicidad, las luces). No me deja de resultar llamativo lo mucho que destaca el aspecto comercial sobre otros, pero también me asalta la duda de si, al final, uno no encuentra sino lo que va buscando. Es decir, se entremezclan las dos preguntas de Antonio, pues por un lado es indudable que hay un cierto vaciamiento en las ciudades de su aspecto más convivencial a favor del comercio y el espectáculo, pero, por otro, quizá dicho proceso tenga que ver con un vaciamiento en la gente (menos creencias, menos ideales, menos exigencias).

    La segunda: si esta nota sobre el ensayo de Bagout captó mi atención es porque me re-envió con mucha fuerza a mi experiencia por EEUU, a donde fui de luna de miel hace casi seis años. Hicimos en coche la costa oeste y las impresiones que me llevé las encontré muy bien explicadas en una especie de libro de viajes muy recomendable de Bernard Henry-Levi titulado American Vertigo (que recomiendo vivamente). Quizá fue porque Los Angeles fue nuestra primera y última parada, pero lo cierto es que nos impresionó la ciudad (a la mayoría de turistas, LA les deja indiferentes) y por varios motivos. El primero, porque es informe (no hay un centro); el segundo, por la amplitud de las calles (un diseño que separa a la gente); el tercero, por la heterogeneidad (hay gente de todo tipo y de todo el mundo); el cuarto, por la presencia visible de la policía (una constante en EEUU); el sexto, por la división de la ciudad en actividades (la zona financiera a partir de las 18:00 es una zona fantasma). Cuál no sería mi sorpresa al ver que la reflexión de Henry-Lévy se asemejaba bastante a mis impresiones (y también, por cierto, a las de Bagout). Perdón por el auto-bombo, pero aquí intenté ponerlo por escrito, en un capítulo de un libro de arquitectos.

    Lo que me dio que pensar es la necesidad que tenemos –y que no nos damos cuenta– de «habitar» los espacios en los que vivimos como una forma de dar sentido a lo que hacemos y a la propia existencia. En las clases que damos en mi universidad, muchas veces se habla de estos temas existenciales del sentido de la vida, pero pocas veces se insiste en que esa búsqueda de sentido no se da en el aire, sino que necesita y abarca un «topos» y unas relaciones interpersonales que tampoco se dan en el aire.

    ¿Es comprar en el barrio una medida de revitalizar el espacio en que vivimos? ¿Es realista plantearlo como opción en nuestros días? ¿Sería, quizá, mejor empezar por cosas más sencillas (hacer más vida de calle, aprovechar las plazas y parques)? Lo que la vida en el siglo XXI parece es un gran ebullidero virtual que, luego, cuesta sacar a la calle, pero no por ello deberíamos dejar de intentarlo… ¿no?

    #14133
    Juan Pablo
    Participante

    Tienes razón, Antonio,  me lancé a escribir para «ahorrarte» trabajo al ver que no había post correspondiente. Me paso a la nueva dirección 🙂

    #14020
    Juan Pablo
    Participante

    El tema es en sí mismo interesante, y el libro también, pues apunta a posibles caminos por los que irá «ordenándose» (quizá) el desorden que ha provocado el mundo digital con respecto a la cultura (apertura, acceso). Tal como lo veo, hay en la actualidad dos procesos que son simultáneos pero no igual de productivos. Por un lado, el desarrollo de programas o bases de datos cada vez más sofisticados para indexar u ordenar el conocimiento existente en la red. ¿Problema? La volatilidad de la misma red. En el mundo académico se intenta paliar esto dando números DOI a los artículos publicados, o creando un perfil de autor en ORCID que asegure la identidad del autor. Pero tanto DOI como ORCID son empresas privadas, lo cual en sí mismo no tiene nada malo, salvo que pueden cerrar o ser vendidas en cualquier momento, con lo cual… al traste con la pretensión de dar estabilidad.

    El otro proceso, más apasionante quizá, es la constante generación de contenido a nivel de usuarios. Evidentemente, como lleva diciendo Antonio en varias reseñas ya, la cultura peer-to-peer provoca una menor calidad y pulcritud en lo escrito (lógico, por otra parte, cuando se está produciendo texto cada día). Yo diría más. Si se escribe peor no sólo es porque se escriba más sino porque –así lo vemos al menos quienes estamos en educación– el conocimiento día a día pierde el lugar privilegiado que ha tenido en nuestra cultura epistemocéntrica, a decir de Antonio Campillo en Tierra de nadie. Pensar (en) la sociedad global (Herder, 2015). El conocimiento deja de ser algo que se busca porque sí y se transforma en una herramienta con que resolver problemas, adquirir destrezas o desarrollar inteligencias múltiples, pero no como algo valioso que enriquezca a la persona para todo eso (o para más). El learning by doing se impone y quizás abra perspectivas que hoy no sospechamos para la creatividad y la producción de material nuevo. A muchos nos apena que el conocimiento se fragmente y encapsule para ser consumido e instrumentalizado, pero no basta con la pena: hay que dar razón de por qué esto es o puede ser problemático. Han lo lleva diciendo en varios de sus ensayitos, pero no es el único: el conocimiento (teórico) ilumina el mundo antes de comprenderlo, pero el conocimiento aplicado no ilumina el mundo sino sólo partes perfectamente delimitadas. Y sin amplitud de miras, la reforma o el cambio necesarios para vivir humanamente se hacen cada día menos posibles.

    ¿Qué papel debe, entonces, jugar un editor? Tal como lo veo, pescar allá donde pueda textos que ayuden a comprender el mundo, vengan de donde vengan. Y procurar que puedan ser entendidos no sólo por el autor sino por la comunidad entera. De modo que sí, hará falta pulido y revisión. Y seguramente (re)surgirá, entonces, la figura del corrector, ese tipo que, en la sombra, arregla las frases incomprensibles, sugiere cambios, llama la atención sobre contradicciones, etc. (yo lo he hecho ya en dos libros escritos… por profesores universitarios, ahí es nada).

    ¡Qué apasionante pinta el futuro de la edición!

    #10793
    Juan Pablo
    Participante

    Desde luego, Antonio, siendo ese el planteamiento, reafirma la impresión que tenía después de leer tu reseña: que es un libro que hay que leer. A ver si, ahora que voy a empezar a trabajar en un proyecto de investigación sobre sociedad digital, puedo sacar tiempo y entender algo de todo esto 🙂

    En esto, aquí en esta web estáis más puestos, pero para mi no deja de ser una incógnita lo que planteas en este post. Porque, en cierta manera, cuando lo piensas, en realidad, técnicamente ¿no sería facilísimo cortar la piratería? En el mundo offline, puede ser más difícil, porque no siempre hay cámaras vigilando, la gente anónima pasa más desapercibida, hay una premisa de confianza social que encubre mucho… Pero, en el mundo online, salvo que te vayas a la red Tor, todo es público, rastreable, transparente y espiable. Para alguien con los conocimientos técnicos y las aplicaciones adecuadas, supongo que le sería relativamente fácil programar un método para listar todo el material protegido que uno haya podido descargar y compartir… ¿No? Y, sin embargo, pudiendo impedirlo, nos «dejan» hacerlo. Que no se me malinterprete: tiendo a pensar que la difusión de música, libros y películas tiende a beneficiar a los creadores (de alguna manera). Al menos, en mi caso, gracias a internet he «fidelizado» con autores de libros, compositores de música rock y directores de cine a los que no tengo ningún problema –salvo que las circunstancias familiares lo impidan o dificulten– en financiar abiertamente, y además, lo hago con conciencia de estar respetando ningún derecho sino con la esperanza de que, de alguna manera, mi contribución les permite seguir creando en el futuro o, al menos, verse compensados en el presente por el esfuerzo. Ciertamente, planteado como dices que hace Lanier, sí que indigna un poco que el intermediario se lucre tanto a costa del creador, pero…

    … por otro lado, lo que cada vez vemos más en internet es que muchos creadores se auto-organizan para, justamente, «eliminar» al intermediario. Me pregunto si, por ir a una de tus preguntas, una de las reticencias que deberíamos superar es, precisamente, la de desconfiar de los sellos pequeños o productoras semi-desconocidas…

    #10791
    Juan Pablo
    Participante

    Muchas gracias por tu reseña, Antonio. Tengo que reconocer que –quizá por mi simpatía con los liberales, en el sentido europeo del término– siempre que habla en negativo de internet porque es el reino del «todo gratis» o cuando se defiende el derecho de los autores a cobrar por sus creaciones me entra cierta desazón. El derecho de propiedad intelectual me parece dificilísimo de justificar, y es un asunto que me gustaría mucho estudiar en algún momento, pero del cual aquí dan algunas pistas: «propiedad» es un concepto sólo aceptable para bienes escasos (no es el caso de las ideas, que no se pierden porque varios las tengan); «propiedad intelectual» es una cortapisa para los bienes de otros y que no siempre garantiza el progreso ni la innovación…

    En todo caso, entiendo que el libro de Lanier no va por ese camino, sino –entre otras cosas– a intentar conjugar los deseos de los usuarios (que quieren contenido a coste cero) con los deseos de los creadores (que querrían vivir de ello). Me encantará leer este libro en algún momento. Pero, de entrada, me pregunto si esa misma confluencia de deseos no es, en sí misma, idealmente utópica o directamente platónica. Es más, me pregunto si, en realidad, estos problemas no se plantean porque, al igualarnos aún más, internet ha hecho salir a la superficie a cientos, miles, millones de gente creativa que, de otra manera, jamás hubiera sido (potencialmente) descubierta por tantos.

    Me parece utópico –ahora y en cualquier época– el pretender vivir del arte que uno crea. Ojo, utópico no en sentido despectivo, pues la utopía tiene una función orientadora de la vida fundamental. Pero, como Javier Gomá apuntaba en un libro que editó hace varios años, todavía vivimos de la idea romántica de que la vida, por así decir, sólo es vida si no hay que ganarse la vida, o sea, si el artista genial que todos pensamos que somos en potencia no se encuentra con la enojosa tarea de «buscarse las habichuelas». Se que, quizá, pueda sonar un tanto injusto esto que digo, pero me da la impresión de que nunca –categóricamente hablando– ha sido fácil vivir de la propia creatividad. Y es que ganarse la vida incluye no sólo trabajar sino, fundamentalmente, encontrar a otro que valore tanto tu trabajo como para pagarte. «Monetarizar» la web puede ser un proceso lento, muy lento, que quizá exigiría reformas más amplias a nivel social y económico (¿subir los sueldos? ¿abaratar el consumo en el mundo offline? ¿volcar definitivamente todos los servicios que se puedan a la esfera digital?). Por otra parte, no sabemos bien cómo medir la repercusión de las cosas que decimos, producimos y difundimos a través de internet, pues un re-tweet, un ping o un compartir, de entrada, sólo significan eso: alguien que re-envía algo a alguien. Interpretamos que es porque lo valora o considera importante, pero ¿es siempre así? ¿50.000 retuits son sinónimo de valor? ¿Qué valor? ¿Cuánto?

    En cine, las películas que se han hecho siguiendo los deseos del público (Snakes On A Plane sería el caso paradigmático, seguido por Veronica Mars del año pasado) han sido fracasos estrepitosos en taquilla. Dieron tanto que hablar «antes» del estreno que, para cuando salieron, la gente ya no tenía ni ganas de verla… al menos, en ese momento, porque habrá que ver también si, con la mentalidad asíncrona y de horror al directo que genera internet, no deberíamos modificar nuestros modos de medir la influencia y valoración que tiene el público de los productos.

    En fin. No quiero decir más cosas sin haber leído a Lanier, pero es que el tema ¡abre a mucho!

    #10403
    Juan Pablo
    Participante

    Muchas gracias, @eugenio-navarro, es muy interesante todo lo que dices. En efecto, no creo que podamos ni debamos renunciar a la utopía. Esto daría mucho que hablar. En todo caso, la reivindicación que –según Castells— hacen los indignados/ocupantes/primaveras de los medios me hace pensar que, hasta cierto punto, el ethos democrático ha calado bien en el siglo XXI. John Dewey, filósofo de la democracia al que he estudiado con profusión, habla mucho de no desligar medios y fines, y de asegurar que no sólo los fines sean inspiradores o buenos, sino que en democracia conviene asegurar también la calidad de los medios. A mi me parece que esto es una utopía, tan bonita como necesaria, pero eso también daría para hablar.

    En todo caso, perdón por la frivolidad, sólo entraba porque ya me acordé cómo se llama aquella película, de 1995, donde ya aparecía la crítica a la tecnología como desocializadora: Denise te llama. La verdad es que, en su día, la vi y me gustó mucho. Es una película independiente, indie, pero vista hoy sorprende (o quizá no tanto) comprobar cómo hay discursos que nunca mueren. Si no, mirad la descripción en Filmaffinity.

    #10397
    Juan Pablo
    Participante

    Y cierro estos comentarios con un último apunte.

    El libro es interesante aunque, creo, puede que haga falta más tiempo y más investigación de campo e interdisciplinar para determinar el significado de los últimos movimientos sociales. Castells es optimista y esperanzado también. Que rechaza ciertos esquemas de la izquierda clásica es claro. Que hay una cierta defensa del american dream, como preguntaba Antonio… no lo veo tan claro. Supongo que lo dices por las referencias que hace en el capítulo sobre Occupy a la democracia directa como ideal político. No estoy seguro de si ese ideal es constitutivo del sueño americano. No lo se. Tiendo a pensar, sí, que el ideal de la democracia USA es jeffersoniano, pero esto es un asunto «hermenéutico» más que «científico». No se si me explico.

    En todo caso, hay una cosa del libro que me ha gustado y mucho. Es el pasaje que más me ha llamado. En las pp. 146-147 indica Castells el debate que hubo entre los indignados por la necesidad de pasar o no a la acción, o de producir o no resultados. Es decir, pareciera que los indignados no consiguieron nada porque, al fin y al cabo, ¿dónde están ahora? ¿Qué han logrado? Pero, dice Castells, «la transformación real se estaba produciendo en las mentes», en un rechazo de la «visión productivista de la acción social». Y esto es muy interesante, porque muestra un modo de hacer y pensar lo político que sí es nuevo, un modo de pensar lo político que acepta la lentitud del proceso y se sitúa a largo plazo. Y podríamos decir más: la nueva política necesita debates ineficaces e improductivos porque si algo necesitamos hoy de la política es, justamente, que sea capaz de aprender de la experiencia, y no de aplicar recetas tecnocráticas o programas de partido.

    Mi duda, claro, es si realmente los indignados han aprendido esto (sus propuestas, en el fondo, siguen siendo de una izquierda pro-Bienestar, pese a que muchos creemos que la experiencia ha mostrado la inviabilidad de muchas partes del Estado de Bienestar en un mundo de intercambios globales en red). Además, al igual que cuando salió el Partido X, pareciera que, con este planteamiento parsimonioso, en política se podrían llegar a «verdades finales», cuando –también lo sabemos por experiencia– el conflicto es irreductible en política…

    Y ya dejo de hablar 🙂

    #10384
    Juan Pablo
    Participante

    (En todo caso, este tipo de queja no es mucho menos nueva ni limitada a internet. Recuerdo una película de 1995 ó 1996 (muy buena, por cierto), donde se ironizaba sobre un grupo de amigos cuya única relación era por teléfono móvil. Llegaban a asistir todos al parto de una de ellas, retransmitido por ella misma hablando por móvil (!). En fin).

    2. Me pregunto si algo parecido podría decirse con respecto a los movimientos sociales. En el sentido de que, quizá, el papel positivo de las redes de comunicación en internet tenga que ver con reforzar sobre todo a aquellos que ya están predispuestos a la protesta. Esto no es algo que se desprenda de la lectura de Castells, aunque quien sepa leer entre líneas algunas de sus descripciones puede imaginar –sin haber estado allí– lo normal, a saber: que, de alguna manera, «manda» más quien participa más, y, al final, participa más un tipo de persona que yo creo que muchos hemos conocido. A saber, alguien siempre preocupado por el estado del mundo, siempre tendente a la auto-crítica de nuestros peores vicios como sociedad, siempre atento a las injusticias, desfalcos, nombramientos sospechosos y, en general, con el ojo siempre puesto en todo aquello que huela o tenga apariencia de hipocresía. Incluso aunque en los nuevos movimientos sociales se recele del liderazgo formal, se deje siempre la puerta abierta a quien quiera hablar y se arrincone al que busca congregar en torno a sí al resto, lo cierto es que este personaje siempre va a existir en cualquier protesta. ¿No?

    3. Incluso aunque fuera cierto lo que Castells concluye sobre la red como protagonista de lo social hoy en día, no deja de ser inquietante lo poco «unidas» que están las redes de hoy en día o la facilidad con la que se hacen y deshacen. ¿De veras que no hace falta algún punto de unión más permanente como el que, por ejemplo, puede ofrecer un líder? Este es un tema interesantísimo, vidrioso y que, honestamente, me excede. Pues, por un lado, me siento cercano a Ortega y Gasset cuando habla de que las reformas las hacen grupos, «una generación en forma». Pero, por otro lado, el mismo Ortega dice que la «rebelión» de las masas sólo se dará cuando un dirigente o grupo de dirigentes sean capaces de influir vitalmente en su sociedad a la altura de los tiempos. Es decir, en la perspectiva orteguiana (que adopto por sugestiva), quien quiera liderar debe ser capaz de acoger los proyectos vitales de los demás y no sólo el suyo propio. Con Han, me pregunto si verdaderamente hay en los indignados, en los ocupantes, o en los primaveras algo más que preocupación por sí mismos. Honestamente, no lo sé. Pero, desde luego, internet sí puede facilitar una autonomía radical, no sólo del poder establecido, sino… del otro, del prójimo. Nuevamente, esto no significa la condena de internet como herramienta que aisla y encierra, sino que, quizá, lanza el balón de la responsabilidad del lado de esos personajes hipersociables de los que hablaba antes. En una época en que ese personaje triunfa o puede triunfar con bastante facilidad pues, a su talento natural, le añade sin mucho esfuerzo el dominio técnico, quizá no sería descabellado pensar si los tipos así no son responsables no sólo de cuidar y lustrar sus propios perfiles, sino de colaborar a que los demás también puedan aprovechar los medios que internet ofrece para socializar. ¿Sería esa la nueva y mejor sociabilidad que podemos esperar?

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